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Diego Urdiales, en un pase de pecho al primero de su lote ayer en Valencia. :: EFE/JUAN CARLOS CÁRDENAS
La perfección tiene un precio
SOCIEDAD

La perfección tiene un precio

El torero riojano dibujó muletazos al ralentí al primero de sus toros en una tarde en la que la corrida de Alcurrucén apenas ofreció opciones Diego Urdiales ofrece un gran nivel en Valencia a pesar de lo desabrido de su lote

PABLO GARCÍA-MANCHA

Viernes, 15 de marzo 2013, 20:36

Tiene que ser muy duro ser como es Diego Urdiales. Es más, me imagino que debe de habitarle por sus adentros una moral de granito puro, de mármol berroqueño o de acero forjado porque en caso contrario se antoja imposible aguantar lo que soporta y no venirse abajo desesperado. Barrunto que tiene que ser como comerse un sapo llegar a Valencia, anunciarse con una de las divisas señeras del campo bravo, y encontrarse delante apenas algo así como la mitad de medio cuarto de toro para expresar lo que lleva todo el largo invierno ensayando en la soledad de su casa, por los pinares de Vico o en esos cercados de media España, que lleva pisados desde que acabó San Mateo con la mente puesta en este marzo gélido y ventoso. Y digo que tuvo la mitad de medio cuarto de toro y exagero. Y a esa mitad de medio cuarto de toro, que salió en primer lugar, fue Diego Urdiales y lo toreó. Pero cuando se dice torear no me refiero a ponerse por allí y dejar pasar al bicho como hace la mayoría. No. Digo torear; es decir, colocarse, echar los vuelos de la muleta al hocico y arrastrar el engaño acompañado el viaje con la cadera y rematando el lance detrás para quedarse colocado; y sin toques ni ventajas, ligar con el siguiente natural. Así toreó Diego Urdiales ayer en Valencia a esa mitad de medio cuarto de toro para asombro de los pocos espectadores que había en la plaza y los muchos que lo vieron a través de la pequeña pantalla. Urdiales toreó al ralentí, con singular cadencia, encajado, sutil, roto pero sin apenas afectación. Estuvo tan por encima de las circunstancias porque se encuentra en un momento profesional jubiloso. Cuidado con él. Yo aviso. Y es que a poco que le ayude uno en cualquier plaza (el sábado actúa en Arnedo mano a mano con El Juli y el día 24 de este mes lo hace en Las Ventas) puede formar un lío con el que no me atrevo a soñar para no gafarlo.

Twitter ardía ayer con la ya legendaria mala suerte en los lotes del riojano, pero personalmente prefiero no tener opciones con un toro que salir escaldado con uno que embista; y ayer en Valencia, un Alcurrucén le dio por embestir: es cierto que no andaba sobrado de fuerzas, pero derrochó una clase y una calidad que me hacen guardar a buen recaudo todas mis esperanzas. Fue el segundo, le correspondió a David Mora y lo toreó como hace la mayoría; eso sí, le sobró el ánimo, la entrega, pero abusó del cite ventajista, del 'fueracahismo' y de torear mucho más para el público que para el toreo.

Me volvió a gustar Jiménez Fortes con el alocado tercero, un toro raro, saltarín, manso pero con cierto genio que embestía muy recto y con el que cualquiera hubiera pasado un quinario. Estuvo valentísimo el joven torero malagueño, que se pegó un arrimón final importante, de esos que secan el gaznate como si te metes una copa de Ojén de un viaje.

Al segundo de Diego le faltaría si le llamo toro. Eso sí, lo parecía; era un bellezón, acaramelado de cuerna, bien puesto de pitones, amplio y largo de viga. Pero no tenía dentro nada. Es decir, menos que nada. Era como un programa electoral. Todo por fuera y mentira por dentro. Diego lo intentó, pero aquel empeño era más utópico que un Urdangarín arrepentido devolviendo la pasta gansa que flirteó a esta España de nuestras conciencias. Media estocada y a otra cosa. La corrida había entrado en barrena y ya no había ninot que la levantara. No ha habido 'mascletá' en Valencia, pero el ánimo queda por todo lo alto. Yo aviso, les aviso, les pongo en antecedentes de lo que nos espera.

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