Aterrizaje de emergencia
JOSÉ LUIS PRUSÉN
Domingo, 15 de enero 2012, 02:06
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La me(ga)lomanía no tiene nada que ver con la música, aunque hay políticos a los que les encanta bailar al son de sus delirios de grandeza. Se cuenta que algunos, como un tal Fabra, han rozado el éxtasis al escuchar ensoberbecidos los himnos interpretados en torno a inversiones, hasta ahora inservibles, como el aeropuerto de Castellón, donde no aterrizan ni despegan aviones pero, eso sí, se ha decidido erigir una descomunal escultura en homenaje al gran benefactor. Cosas de la egolatría financiada con recursos de los contribuyentes.
Los de los aeropuertos de Castellón, Ciudad Real -éste impulsado por la iniciativa privada, aunque financiado en parte, directa e indirectamente, con recursos públicos-, Badajoz y otros que salpican la geografía de la ya casi olvidada España de la abundancia y el despilfarro son casos que han puesto en evidencia la situación de otros equipamientos aeroportuarios. Mientras la inmensa mayoría de los españoles sueña con el cercano día en que todos tendremos cintura de avispa, a fuerza de tanto hacer nuevos agujeros para apretar más y más el cinturón, el coste operativo del aeropuerto de Agoncillo, que mantiene un único servicio regular con Madrid -y ni siquiera todo el año- ha abierto un debate no exento de demagogia acerca de la rentabilidad social de una instalación que acumula pérdidas cercanas a los 70 millones de euros desde su entrada en servicio, cuenta con una plantilla de 31 trabajadores (sin incluir algunos empleados de empresas auxiliares o los guardias civiles que controlan el acceso a la zona de embarque) y es utilizada por menos de cincuenta personas cada día.
La discusión ha desembocado en un enfrentamiento dialéctico entre quienes son partidarios del cierre y aquellos que apelan a la necesidad de mantener abiertas unas instalaciones cuyo sostenimiento, además del coste que repercute sobre las cuentas de AENA, detrae una cantidad nada despreciable de los presupuestos de la Comunidad Autónoma de La Rioja. ¿Cómo? Pues a través de contratos publicitarios con los que en realidad se financia el mantenimiento de las operaciones de la única compañía que presta servicios regulares de transporte de pasajeros desde o hasta Agoncillo: Air Nostrum. Así se ha venido haciendo y así continuará al menos hasta el 2015, de acuerdo con la adjudicación que ha puesto en marcha La Rioja Turismo. La sociedad pública dependiente del Gobierno de La Rioja convocó el pasado 9 de diciembre, a través del Boletín Oficial del Estado y del Diario Oficial de la Unión Europea, la licitación por procedimiento abierto de «una campaña de promoción turística de La Rioja y de servicios de difusión publicitaria en líneas aéreas» para los próximos tres años. Total, 2.550.000 euros que se elevan hasta los 3.009.000 euros si se incluye el IVA.
Las cifras del gasto público son poderosas referencias para los contribuyentes en tiempos como los que vivimos, pero, por supuesto, no todo puede ni debe quedar reducido a números. Contar con un aeropuerto es disponer de una plataforma cuya aportación presente y futura al desarrollo de la región debería ser considerada. La existencia de Agoncillo fue determinante para que Würth decidiera asentar sus reales en El Sequero. Y lo mismo que ocurrió con la compañía de matriz alemana ha sucedido con otras que se han fijado en La Rioja o pueden considerar esta opción como posible destino para su actividad. El aeropuerto ha facilitado movimientos y ha permitido operaciones que contribuyen a la riqueza de la comunidad. Es cierto. Pero eso no debería distraer a las autoridades autonómicas, que administran las competencias de transporte, de sus obligaciones para buscar con imaginación posiciones más equilibradas entre el coste y la utilidad social de una infraestructura sin apenas usuarios y cuyos escasos servicios bien pueden ser suplidos por otros medios o por aeródromos no demasiado distantes.
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