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PABLO GARCÍA MANCHA pgmancha@toroprensa.com
Lunes, 12 de septiembre 2011, 02:47
Diego Urdiales se encuentra en un momento sensacional, quizás el más sereno y redondo de su carrera, y ayer dio buena prueba de ello en la feria de Navalcarnero cuajando al natural un toro áspero de Antonio San Román con el que volvió a explicar en qué consiste la ciencia taurómaca. Una lección de arquitectura taurina en una faena que tuvo sus cimientos en un primoroso inicio por bajo, llevando al toro desde las tablas hasta un poquito más allá del tercio con un fajo de muletazos y adornos suaves y mandones que dejaron bien a las claras al sardo y maquiavélicamente astifino morlaco por dónde tenía que ir, cómo tenía que ir y exactamente hasta qué lugar. Diego Urdiales llevaba una temporada de derechas. Es decir, con casi ningún astado con opciones reales de plantarle su ritmo al natural, y Clavellino, como tantos otros, parecía negado a embestir por su cuerno izquierdo. Una vez en los medios, el riojano lo templó en redondo con una serie maciza y ligada sin demasiada obligación aunque con mucho temple. Sin embargo, y de forma inopinada, vio algún detalle en el astado que le hizo decidirse por ese lugar que hasta el momento le había negado el destino. El toro parecía que no iba a querer: se tragó a regañadientes el primero, se confió algo más en el segundo lance y cuando Diego le hubo soplado el tercero, sin darse cuenta, ya estaba comiendo en su mano, en su izquierda, de la que decían los viejos cronistas que brotaban los cortijos en España y las haciendas en América, el respeto de las aficiones y la admiración de los públicos. Diego Urdiales logró varios naturales realmente sentidos, muy lentos, con la mano baja, con la cadera rota y con una ligazón que parecía casi imposible por la catadura de un toro medio, que embestía sin entrega pero que quedó irremisiblemente prendido de la poderosa muleta del diestro arnedano. El toreo también es dominio y ese poder reside en un temple que ahora le brota a Diego con la misma naturalidad con la que respira.
Acabó la faena con un aire sevillano, adornándose pero sin estridencias, andando despacito para cerrar al toro en tablas como si estuviera en La Maestranza, una plaza que ayer se hubiera rendido sin ambages a su sentimiento torero. Media estocada en la yema le privó de una segunda oreja.
El segundo de su lote fue un toro malo sin paliativos, como los tres últimos. Bronco, embistiendo a taponazo limpio y sin ninguna entrega. En los primeros tercios midió a los toreros y en la muleta de Diego se defendió escudándose en los chiqueros. El torero le plantó batalla a sabiendas de que era imposible cualquier lucimiento. Pero se la jugó cabalmente y anduvo a un paso de cortarle una oreja. Al final de la corrida se supo que la primera faena fue considerada la mejor de este abono del sur de Madrid.
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