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PABLO G. MANCHA
Sábado, 19 de marzo 2011, 01:36
Cancanilla de Málaga se presentó en el Salón de Columnas de Logroño el jueves, cantó por todos los palos con notable suficiencia, con un magnífico caudal de voz, con uno de esos metales que no dejan a nadie indiferente, bailó con donosura y puso de paso de bote en bote a los espectadores que le despidieron puestos en pie tras una velada magnífica de cante y toque, ya que Antonio Moya, su peculiar escudero, dio una lección de compás, de armonía y ritmo, de silencios a tiempo y contratiempo floreando una actuación que a la postre se hizo corta por su genuino sabor. Cancanilla canta por todas geografías del flamenco: desde Triana a Jerez, desde los Puertos hasta el reino de Almería y su bellísimas tarantas. Y canta muy bien, muy rancio cuando se quiere romper por abajo o caracolero en fandangos o soleá, o esa siguiriya gitana deslumbrante con la que dejó a la afición con un nudo en la garganta. Antonio Moya es un tocaor con una pulsación exhuberante, en su toque anida un bellísimo aliento barroco que se entrevera con un compás gitano que llega de inmediato. Se gustó en la taranta, en muchas falsetas y, sobre todo, al mecer con sutileza pero con fuerza la garganta de Cancanilla, que dejó una noche de las que no se olvidan en el Bretón. Y no se olvidan porque en cada ciclo Jorge Quirante y Antonio Benamargo logran sorprender a la afición con nombres que, sin ser nuevos, demuestran que en el flamenco hay cuerda para rato, que conviene investigar y no recurrir siempre a las mismas fuentes.
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