Cuatro muertos en el corazón de Logroño
«He salido al pasillo y... no estaba. Sólo había una viga y un trozo de suelo», apuntaba un afectado
LUIS JAVIER RUIZ
Domingo, 23 de mayo 2010, 12:45
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Esa hipótesis comenzó a barajarse a partir de las 12.55 horas. Para entonces los bomberos llevaban horas trabajando en el interior del inmueble y los servicios médicos ya habían trasladado a Rafaela María Greco al hospital después de rescatarla del segundo piso, a donde cayó al ceder el suelo de su vivienda tras una explosión que los técnicos aún estudian si se debió a una fuga de gas natural o por alguna bombona de butano, ya que en el edificio conviven ambos sistemas. También habían sido atendidos los otros ocho heridos, siete a pie de calle y otro más en el San Pedro.
Cubos y cubos de escombro, cubos y cubos de la vida de los vecinos, volaban desde la segunda planta hasta la vía pública. En grupos de ocho; sacando escombro; apuntalando el edificio; apagando el fuego. Un trabajo infernal. El amasijo en que se habían convertido la segunda, tercera y cuarta planta del edificio estaban prácticamente despejados.
Todo salvo diez metros cuadrados de la última habitación, la más afectada, en la que se acumulaban casi dos metros de escombros. Desencajado por el esfuerzo, con la ceniza y el polvo tiñiendo su rostro, uno de los bomberos reconocía que hasta ese momento no había restos de nadie. A falta de esa última habitación.
Primeros restos
14.50 horas. Un grupo de bomberos abandona el edificio. Tras cruzar unas palabras con los coordinadores del dispositivo, los miembros de Cruz Roja comienzan a movilizarse. La carpa montada en plena Gran Vía empieza a perder sus paredes, y cuatro camillas, hasta entonces olvidadas, se reservan junto al portal. Los primeros restos han aparecido y el protocolo a seguir comienza a dar sus primeros pasos mientras los pocos vecinos del inmueble que continúan a pie de calle se llevan las manos a la cabeza. La carpa de los servicios sanitarios se traslada al pasaje que conecta Gran Vía con República Argentina en donde se depositan los restos localizados tras una improvisada cortina mientras que la Policía Judicial y los jueces completan su trabajo. Son las 15.50.
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Antes de esa confirmación había habido rumores. Muchos rumores. El primero fue que la familia se había ido a pasar el fin de semana a una casa rural. Ese rumor, que nunca se negó a lo largo de la mañana, tomó fuerza cuando se comprobó que en su plaza de aparcamiento no estaba el vehículo familiar. «Puede estar en cualquier otra parte», decía no obstante, precavido, un cariacontecido Tomás Santos.
A grandes rasgos ese es el relato de una de las mañanas más trágicas de la capital riojana, que se saldó con la desaparición de cuatro de sus vecinos. El edificio que Fermín Álamo proyectó y construyó en el corazón de Logroño allá por 1936 -un año antes de su muerte en un incendio en Agoncillo- es, junto a los que conforman el chaflán de Gran Vía con María Teresa Gil de Gárate, uno de los más antiguos del eje de la capital y su 'fecha de caducidad' parece estar más que próxima.
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Trabajo peligroso
La búsqueda de cuerpos se convirtió en una tarea compleja y, por momentos, bastante peligrosa. Compleja por el propio estado de los cuerpos. De hecho, fuentes oficiales no confirmaron en ningún momento la localización de cuatro cadáveres, sino la de 'restos humanos' prácticamente carbonizados que la lógica apunta a que se corresponden con los vecinos desaparecidos.
Complicada, además, por el estado del edificio. Y es que a última hora de la tarde de ayer los bomberos tuvieron que suspender las labores de desescombro y búsqueda de restos humanos del interior de las viviendas después de que uno de los forjados superiores cediera sin provocar más daños personales. Con ese mismo fin retiraron parte de la fachada que amenazaba con caer a la calle.
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Para entonces, consumada ya la tragedia, habían transcurrido más de doce horas desde la explosión. Doce horas eternas para todos los vecinos que ayer perdieron su domicilio. Entre ellos Jesús Romero, que vivía en la última planta y que recordaba, aún aturdido, que tras la explosión «encendimos la luz y vimos que las paredes estaban abiertas y se caían encima».
En pijama muchos, más tranquilos otros, a la carrera casi todos, los vecinos fueron abandonando el edificio no sin peligro. «La escalera estaba separada de los tabiques. Era impresionante», decía Romero.
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Más agónica fue la huida de Alberto Romero. Burgalés de residencia, el idílico fin de semana que había preparado junto a su novia acabó en Urgencias, en pijama y descalzo. «Estábamos en el cuarto piso y como las paredes se habían caído he tardado en abrir la puerta para salir a un pasillo... que ya no estaba ahí», recordaba mientras esperaba a que le dieran el alta a su novia, que presentaba heridas en la cabeza. «Se veía el piso de abajo y sólo quedaba una viga y un trocito de pasillo. Por ahí hemos pasado como hemos podido...», relataba.
¿Otra vez ETA?
Como sucedió en el 2001 cuando ETA reventó la Torre de Logroño -una comparación a la que más de uno se remitió e, incluso, hubo quien llegó a gritar «hijos de puta, hijos de puta», pensando que se trataba de otro ataque terrorista-, a las 7.00 horas de ayer Teresa García dormía plácidamente. «De repente explotó y notaba que se caían los tabiques. He vuelto a la habitación y he visto que enfrente estaba mi vecino». Un pantalón, una camisa, la cartera y a la calle. Su ventana, como las de muchos de sus vecinos, hacía tiempo que le había abandonado. 'Reposaba' a las puertas del Gran Casino junto a otros muchos elementos de la estructura del edificio.
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El 'espectáculo' de los patios interiores del inmueble afectado, que se prolongan paralelos a la calle María Teresa Gil de Gárate, era igual de dantesco. Como si un huracán hubiera arrasado la zona, colchones, barandillas, escaleras... volaron cientos de metros. La huella de la tragedia.
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