Borrar
Shirell Powell. R. C.
Demanda a un hospital tras autorizar la desconexión de un paciente que le dijeron que era su hermano

Demanda a un hospital tras autorizar la desconexión de un paciente que le dijeron que era su hermano

Shirell Powell reclama a un centro de Nueva York por las secuales de la negligencia

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Miércoles, 30 de enero 2019, 20:10

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Shirell Powell, una estadounidense de 48 años, se ha visto enfrentada a dos de los momentos más trágicos y traumáticos de su vida por culpa de la negligencia de un hospital de Nueva York. Primero, tuvo que autorizar la desconexión de quien creía su hermano pequeño, por encontrarse en situación de muerte cerebral, y, solo unos días después, se enteró de que el hombre para el que dio el permiso legal para que muriese no era en realidad su familiar directo sino un moribundo con el mismo nombre y edad que su hermano. Ahora, con el apoyo de sus abogados, ha puesto una demanda contra el centro sanitario para que la indemnice por unos hechos que la han desgarrado y que, según narró con todo detalle a 'The New York Post', no la dejan dormir desde hace más de seis meses.

Esta rocambolesca historia comenzó a mediados del pasado mes de julio, cuando los servicios neoyorkinos de emergencia sanitaria recogieron a un hombre que yacía inconsciente en una calle del Bronx y lo llevaron con urgencia al Hospital Saint Barnabas, ubicado en este distrito.

El paciente, Frederick Clarence Williams, de 40 años, según la tarjeta sanitaria que portaba, estaba en coma, muy grave y con un pronóstico de claro riesgo vital. Así se lo explicaron horas después responsables del hospital a Shirell Powell, cuando la telefonearon a su casa de Brooklyn para decirle que se desplazase con urgencia al centro, porque «su hermano» se moría. Como se averiguaría más tarde, los responsables del St. Barnabas ignoraron el segundo nombre (Clarence), que el hermano de Powell no tiene, y localizaron al familiar más cercano de quien tenían en el registro sanitario como Frederick Williams.

Cuando la mujer llegó a la habitación creyó no reconocer a su familiar, pero la insistencia de los sanitarios, el hecho de que hacía bastante tiempo que no lo veía, y «que se parecía mucho a mi hermano», la convencieron. No lo recordaba tan corpulento, pero era difícil juzgar con claridad con la tensión del momento y ante un hombre hinchado por sus dolencias, intubado, rodeado de aparatos y con un collarín.

Tras días de pruebas médicas, el equipo que lo atendía le comunicó que se encontraba en una situación irreversible de muerte cerebral y que era aconsejable que les diese la autorización legal para desconectarle del respirador y del resto del soporte médico, pues era lo único que lo mantenía con vida.

Tras horas de muchas dudas, y destrozada por la decisión que debía tomar, llamó a la familia más cercana para que acudiesen al hospital a despedirse de Frederick. La llegada a la habitación de las dos hijas adolescentes de su hermano, de 17 y 18 años, recuerda, fue un momento horrible. Llantos, gritos y episodios de histeria.

La gran sorpresa

El 29 de julio, finalmente, autorizó la desconexión, que presenció arropada por su tío y por su otra hermana. «Fue devastador», resume. Pero lo inesperado ocurrió unas horas después, cuando ya preparaban con la funeraria el entierro de su familiar. Recibieron la llamada del departamento de medicina forense de la ciudad. El fallecido, les aseguraron, según había demostrado la autopsia, no era su hermano sino alguien con nombre, edad y físico similares. «Casi me desmayo porque maté a alguien que ni siquiera sabía. Di mi consentimiento», declaró aún traumatizada por el recuerdo Powell al 'Post'.

Tras reponerse a duras penas de la conmoción, lo primero que hizo fue indagar para comprobar dónde estaba su hermano. El paradero de Frederick acabó por ser la prisión neoyorkina de Rikers Island, donde llevaba varias semanas ingresado acusado de un cometer un robo en Manhattan, y a donde Shirell logró telefonear para poder hablar con él.

La vecina de Brooklyn insiste en que, pese al medio año transcurrido, sigue obsesionada con sabér quién fue la persona a la que autorizó a desconectar. Ni el hospital ni el forense le han querido dar ni una pista alegando razones de respeto a la intimidad. Pero a Powell no le vale. «¿Quién era él? ¿Tiene familia? Apenas duermo pensando en esto todo el tiempo», asegura. El drama la tiene partida en dos. «Por un lado, estoy agradecida de que no fuera mi hermano. Por otro, maté a alguien que era padre o hermano».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios