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Banderas arcoíris en el barrio madrileño de Chueca.
Las dos almas de Chueca

Las dos almas de Chueca

En el barrio del Orgullo Gay conviven lo castizo y lo moderno. Fue un lugar degradado hasta que los homosexuales lo tomaron al asalto. Ahora puede morir de éxito

Antonio Paniagua

Jueves, 29 de junio 2017, 00:48

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Federico Chueca fue un compositor de zarzuelas de espíritu burlón y temperamento levantisco. Emborronó las primeras partituras en la cárcel, cuando era un adolescente al que mandaron a la trena por participar en las algaradas estudiantiles de 1865. Su primera obra teatral fue prohibida por las autoridades municipales con el pretexto de que podía sublevar a las gentes de genio pendenciero. Pese a que en vida fue un autor muy popular que gustaba a nobles y plebeyos, ya casi nadie se acuerda de él, salvo cuando se cita el barrio que lleva su nombre. Las calles de Chueca, cuna de la comunidad homosexual de Madrid y epicentro del Orgullo Gay, vive días de gloria. Se prepara para vivir la apoteosis del Word Pride, la fiesta que espera congregar a tres millones de personas que portan la bandera del arcoíris. Pero los militantes históricos del movimiento LGTB creen que Chueca puede morir de éxito. Los precios de los alquileres se han desbocado y los viejos locales donde se amancebaban gays y lesbianas están echando el cierre. «Incluso hasta los actuales dirigentes del colectivo no tienen ni idea de la historia y la lucha del movimiento», denuncia Mili Hernández, veterana activista de 57 años y propietaria de la librería Berkana junto a Mar de Griñó, su socia y esposa.

Mili Hernández no añora tiempos pasados, aunque sí cree que el Word Pride debería ser más reivindicativo y portar un discurso más incisivo. Hernández, que perteneció a la junta directiva del Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid (Cogam), acusa a los actuales líderes homosexuales de haber «vendido el Orgullo Gay a los empresarios de la noche», en alusión a los Asociación de Empresarios y Profesionales para Gays y Lesbianas de Madrid (Aegal). Pese a los denuestos, la Aegal es la que ha se batido el cobre para que el Word Pride se celebre este año en Madrid.

La activista no es derrotista ni arroja la toalla, pero ve con pena que los antiguos cafés, bares y discotecas, donde se besaban gays y lesbianas sin pudor en los tiempos recios de homofobia, vayan sucumbiendo «a las franquicias, la gentrificación y la ambición capitalista». «El barrio está perdiendo su identidad. Lo que más me molesta es que los beneficios generados por los que hemos luchado por limpiarlo y dejarlo bonito se los lleven otros».

Avanzados los años 70, Chueca estaba gangrenado por las drogas y la delincuencia. Con los estragos de la heroína, era imposible dar un paso sin encontrarse con tipos de una delgadez famélica que se dedicaban al tirón y el trapicheo. Los edificios decimonónicos estaban corroídos por el abandono. En ese contexto, aprovechando los precios baratos de los locales, empezaron abrir sus puertas antros míticos como Black & White, Rímel o Griffins. Para traspasar el umbral de algunos de estos tugurios casi clandestinos había que llamar a un timbre y que alguien franqueara el camino de lo prohibido. La legendaria discoteca Black and White cerró hace unos meses a raíz de que su dueño fuera desahuciado. Con todo, acaba de reabrir sus puertas de la mano del antiguo DJ, Chema Lacrín, y la drag queen La Plexy. «Queremos cambiar la imagen que tenía la discoteca de lugar frecuentado por viejos chaperos, aunque no vamos a prohibir la entrada a nadie. Ahora vamos a dar más espectáculos de cabaret», dice Chema, de 29 años.

En vísperas de la fiesta el ambiente se va animando. Chueca quiere impregnarse del glamour que destila el Soho neoyorquino. Por ahora tiene que poner más empeño. Es verdad que menudean las tiendas con encanto y los restaurantes de diseño vanguardista, los edificios del XIX rehabilitados y los balcones con flores, pero los directores de las galerías de arte siguen buscando emplazamientos más elegantes. Pese a los esfuerzos de modernización, aún persisten los garitos sórdidos y añosos, cada vez más escondidos, que se afanan por darse una pátina de sofisticación. El cuero asusta cada vez menos y cualquier establecimiento, desde el tenderete del vendedor de cupones de la ONCE hasta el grasiento asador de pollos, se adorna con la bandera multicolor. Lo gay ya es corriente dominante y los zahorís en busca de nichos de mercados ven en la comunidad homosexual un negocio jugoso.

Chueca no abdica del alma castiza y noble que cultivaba el músico que le ha prestado su apellido. Al lado del bar de toda la vida que despacha un áspero tintorro se venden palomitas caramelizadas de un sinfín de sabores. Masajes tailandeses y tiendas de polos naturales conviven con bares que sirven un kebab pletórico de colesterol. «Frente al imperio de Amazon y las grandes superficies, la solución no es otra que la hiperespecialización», dice Miguel Valero, periodista de 43 años que, junto a Ángel Sánchez, fontanero de 37, regenta Socks Market, una boutique que es el paraíso de los calcetines de colores. Los hay estampados con la imagen de Harry el Sucio, la Virgen de Guadalupe y hasta con la desafiante estampa de los púgiles Mohamed Alí y Joe Frazier.

Desde hace dos años, al menos por el día, Chueca va perdiendo su impronta más genuinamente gay. Otra cosa es cuando llega la noche. Pero fuera de los ambientes sicalípticos de madrugada, el barrio se va dotando de comercios blancos, como el que regentan Valero y Sánchez. «En nuestra tienda entra gente de 17 a 70 años, incluidas madres con carritos de bebé. La clientela gay se reduce a un 20%», dicen.

El Ayuntamiento de Madrid apuesta por la peatonalización de algunas calles y el propósito de ir quitando espacio a los vehículos. Todo para hacer más agradable el lugar, si bien la Asociación de Vecinos de Chueca se queja del ruido y las basuras acumuladas.

Quien no se puede quejar es Julio Pulido Vega, dueño de El cisne azul, restaurante con fama de ofrecer las mejores setas de Madrid. Con 12 empleados a su cargo y dos locales en la calle Gravina, este hostelero de 68 años fue pionero de la buena mesa en el barrio. Le costó lo suyo. «En los malos tiempos me llegaron a atracar y romper los cristales 28 veces. Por suerte nunca me pilló dentro». Julio Pulido tiene visión de negocio y buscó desde el principio un público con buen paladar. «Quité de la carta las hamburguesas y los bocadillos y ofrecí setas de cardo. Las cogía de una finca cerca de Móstoles, donde cazaba Franco. El lugar se ha hecho famoso y hasta aquí viene mi amigo el chef José Andrés». Dice que el público gay no es el más apto para degustar la delicia de una buena seta. «A ello les van más las hamburguesas, cosas de chicas».

Chueca no escapa al encarecimiento de la vivienda. Si se pretende comprar un piso, el precio del metro cuadrado se eleva a 5.170 euros, el más caro de todos los barrios del distrito Centro, según datos del portal Idealista. Manuel Pérez, dueño del bazar gay A Different Life y de la tienda de objetos sadomasoquistas SR Leather, está harto de la cantinela que dice que los homosexuales están forrados. «No sólo es un tópico, es una gilipollez. Hay gays ricos y pobres. Lo único que nos distingue es que no solemos tener hijos», alega.

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