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LUIS ÁNGEL ADÁN LEÓN
Jueves, 29 de noviembre 2018, 00:05
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Ahora al reseñarlo me pregunto gratamente sorprendido qué me hizo comenzar a leerlo. Qué interés tiene la biografía de un banquero argentino contada por su hijo periodista. El banquero en cuestión tomó la decisión de quitarse la vida cuando iban a declarar la quiebra de su banco. Prefirió tirarse por la ventana antes que verse en la cárcel por su mala gestión. Él, que había estado en la cárcel por sus ideas políticas, no podía imaginarse dentro por no saber hacer bien el trabajo de banquero. Ser un banquero comunista tiene su aquel en cualquier sitio pero en Argentina da para mucho. Esa es quizás la clave de mi elección: un argentino contando la vida de otro argentino muy especial.
El hijo periodista perdió a su padre con quince años y vio como su vida cambiaba de la opulencia a la escasez. Ni su madre ni los hijos estaban preparados para la ausencia y las carencias que la decisión de su padre les acarreó. Por eso dejó pasar el tiempo hasta que la gestión de la tumba de su padre le hizo plantearse la pregunta que origina el libro. ¿Por qué? Evidentemente, el libro no es la respuesta. Es una biografía personal que se convierte en retrato de una época. Es, antes que nada, la semblanza de un suicida que se va sin dejar una nota. Un gestor financiero que fue también un abogado defensor de varios presos políticos. Un exiliado de lujo en Punta del Este durante las dictaduras de los setenta. Un fanático del club de fútbol Independiente que se codea con sus figuras. Un buen tipo, un buen amigo, un poco ingenuo por momentos a la hora de manejar la fortuna familiar. Un interesado por la música clásica, por la política y el diálogo, al punto de invitar a jefes militares o a expresidentes a almorzar a su casa. Un bonachón delirante que como empresario llegó a querer exportar las hamburguesas de Pumper Nic a Polonia, y al que, por supuesto, le fue mal en ese y en muchos otros negocios.
La obra está estructura en tres partes, partiendo de la descripción socarrona del salto desde la habitación de su hermano muerto, en la casa de sus padre. La primera son los recuerdos de su infancia con él. Su exilio dorado en Punta del Este. Su vida de niño rico y la tragedia del secuestro y muerte de su tío, que descubre la asquerosa miseria de un país en el que los policías que secuestraban comunistas se pasan a la extorsión cuando se quedan sin trabajo, sin malos sentimientos pero sin ningún respeto por la vida humana. Es la época de Alfonsín y del fin de la dictadura.
La segunda parte trata de recuperar la memoria de su padre a través de sus compañeros de lucha política; de sus empleados y socios en el banco; de su abuelo judío emigrante centroeuropeo que montó un holding familiar con dinero del partido comunista y que siempre despreció a ese hijo al que obligó a hacer algo que odiaba: gestionar un negocio; su madre, psicoanalista; su hermano músico.
Finalmente, en la tercera redondea la imagen con personas que lo quisieron: el músico Daniel Viglieti, su secretaria, su psicoterapeuta, hasta que quiere darse cuenta que nadie va a darle la respuesta al porqué de su suicidio. De la misma forma en que comienza el libro con la irónica descripción del suicidio, acaba con sus delirantes pleitos con la gestora del cementerio en el que está enterrado. Hasta que se da cuenta de que le ha dedicado el mejor monumento funerario que un hijo puede dedicar a su padre: este libro.
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