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Sentimientos descarnados

LUIS ÁNGEL ADÁN LEÓN

Jueves, 19 de julio 2018, 23:41

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No sé qué tiene Aragón pero están que se salen en literatura y en la literatura del yo para ser exactos: Sergio del Molino ha triunfado con sus libros sobre su experiencia de perder a un hijo o cómo afrontar el suicidio de una amigo y ahora Manuel Vilas lo hace con esta narración que tiene como detonante la muerte de sus padres. España nunca ha sido un país propenso para este tipo de literatura, pero parece que las cosas están cambiando.

Hace más o menos diez años, Manuel Vilas (Barbastro, 1962) adquirió fama como escritor y se ganó la etiqueta de original. Novelas como 'España' y libros de poemas como 'Calor', ambos de 2008, le crearon una fama de autor paródico y ditirámbico, interesado en la cultura de masas. Quizás, que los siguientes libros ahondaran en esa línea, lo encasilló un poco y él fomentó esa etiqueta renombrándose como Gran Vilas. Pero, si parecía encasillado, ha aparecido 'Ordesa'. Se acabó la exageración paródica y llegó la presentación descarnada de los sentimientos y avatares personales. Su prosa sigue siendo potente y poética, hasta incluye una serie de poemas originados por la historia que cuenta en la narración, pero no hay exageración ni barroquismo, todo es sentimiento y carne viva.

El libro se estructura en pequeños fogonazos en los que narra su vivencia personal de la desaparición de sus padres. Tiene cincuenta y tantos años. Después de un divorcio; sólo en un apartamento del extrarradio de Zaragoza; con los hijos ya crecidos y sin las ataduras de un trabajo fijo que le organice la vida, se da cuenta del vacío que la pérdida de sus padres le produce. Los fogonazos poéticos tratan de reconstruir lo irreconstruible. Sus padres se han ido y se han llevado la memoria de lo que fueron. No es un canto laudatorio de sus progenitores. Es una reconstrucción de sus sensaciones y sentimientos, que le lleva a ver los paralelismos poéticos entre sus actos y los de ellos. Una descripción de los fracasos y de las luchas de personajes nada épicos pero hermosos en su derrota ante la vida.

El irónico paralelismo entre su vida y la de sus progenitores le hace pasar de su presente decrépito de recién divorciado; recién superado el alcoholismo; aprendiendo a desenvolverse en la vida doméstica en soledad, a describir el final derrotado de sus padres: él, comercial de telas para trajes en un mundo en que ya no se hacen trajes a medida; y ella, aislada socialmente en su precariedad económica en un pueblo de la provincia de Huesca. Su reconstrucción busca hacer para sus hijos lo que él no supo hacer con sus padres: conocerlos. De la misma manera que él es consciente de que sus hijos nunca lo conocerán a tiempo pues viven su vida sin él, él tampoco conoció a sus padres y es por eso que su relato está plagado de espacios vacíos que nadie llenará.

Esos espacios vacíos de la vida de sus padres con él los rellena con la poética de los objetos abandonados por la sociedad: «El pasado son muebles, pasillos, casas, pisos, cocinas, camas, alfombras, camisas. Camisas que se pusieron los muertos». En estos «prodigios baratos» se resume la historia de la mal llamada clase media: «Son baratos y sin embargo tienen fuerza sobrenatural. Como si lo sobrenatural eligiera la humildad para manifestarse. O como si lo sobrenatural y la humildad fuesen lo mismo». A través ellos conocemos las vidas de los que se creyeron que la mejora de sus vidas consistía en un Simca 1200 o en un perfume caro. Ese es el canto de este texto, el canto a los millones de seres sin historia que se creyeron las mentiras del consumismo para verse arrumbados por el paso del tiempo rodeados de objetos fríos y sin posteridad.

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