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Un delirio que vale más por su génesis que por su resultado

OSKAR BELATEGUI

Viernes, 15 de junio 2018, 00:54

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«Los deseos se alimentan de esperanzas», escribió Cervantes en 'El Quijote'. Una enseñanza que Terry Gilliam ha seguido a lo largo de los últimos 17 años, el tiempo que separa el primero y el último de los golpes de claqueta de su particular versión del clásico literario. En 2000, rodó durante seis días en el desierto navarro de las Bárdenas con Jean Rochefort y Johnny Depp. Tormentas, hernias, caballos desbocados, aviones de la OTAN que arruinaban las tomas y mil catástrofes más dieron al traste con la filmación.

En 2016, el producto Gerardo Herrero retomó el proyecto y consiguió el dinero para que Gilliam volviera a pelear contra los molinos de viento, ya con Jonathan Pryce y Adam Driver.

El primero encarna a un viejo zapatero español que se cree Don Quijote; el segundo, a un cínico director de anuncios que una vez, cuando era joven e idealista, rodó una película que cambió los sueños de un pequeño pueblo.

¿Es 'El hombre que mató a Don Quijote' una buena película? Después de todo lo que ha sufrido su autor no importa demasiado. Digamos que es tan caótica, histérica, febril e imprevisible como su rodaje.

Pasado y presente, fantasía, delirio y realidad se confunden en una atropellada y confusa cinta que vale más por su génesis que por su resultado.

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