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A vueltas con las lecherillas

FÉLIX CARIÑANOS

Sábado, 21 de octubre 2017, 00:15

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Qué desilusión me llevé el otro día; sí, el martes. Resulta que habían venido a verme unos amigos de Legaria, ahí en Navarra; habíamos comido tan tranquilamente y echado una parrafadita en la pertinente terraza en medio de una idílica tarde otoñal y, zas, llega el Puigdemont ese y se me vuelve atrás en el asunto este de la independencia. Sí, señores, no había pasado tan mal rato desde que me dejó otra tarde muy semejante la primera novia que tuve, aquella que, entornando delicadamente sus bellos ojos hacia un avión que pasaba alto hacia no sé dónde, se despidió de mí y me dejó desolado con la sola compañía de unos chopos amarillentos junto al Ebro. ¿Para qué quería yo los chopos, jolines?

Pues sí, soy uno de esos ciudadanos españoles a quienes ese individuo ha defraudado, y es que de él me gustaba hasta el único apellido que le conozco. Se trata de una palabra de semántica triunfadora; Puig, según el diccionario que merqué hace años en la librería Documenta de Barcelona, calle Cardenal Casañas, 4, equivale a cerro, altozano, a semejanza de Puy, poyo, Pueyo, podio o pódium. Y va el tío y se me echa atrás con cuatro reyes y yendo de mano, a mí, que no he podido conocer todavía ningún acontecimiento excepcional en la historia de España y acaso ya no pueda experimentar. Porque no llegué a la famosa guerra, aquella revolución en que dio la vuelta el carro y pilló a casi todos debajo. Ya, en mi juventud se produjo la industrialización, pero ese hecho no alcanzó la categoría de los grandes. Un servidor esperaba que con el del flequillo Cataluña zarpase el martes cual mágica isla de San Borondón viento en popa a toda vela. Pero que si quieres independencia, Catalina.

Mas no crea usted que ello ha herido mis sentimientos patrióticos; nada de eso; doy escasa importancia a ese aspecto; como vivimos en un continuo carnaval, que prosigue hoy mismo, ya estoy curado de espanto. A mí lo que me interesaba era el momento económico tan favorable que nos prometía a los emprendedores la emancipación. A diferencia de lo que opinan otros, se trataba del momento oportuno para invertir en la nueva nación los millones ahorrados con tanto ahínco. «La Fortuna ayuda a los audaces», clamaban los clásicos, y llevaban razón.

Así que ahora mismo ando cavilando sobre dónde colocar mis haberes. En el transcurso del almuerzo del día del Pilar un amigo me lanzó la idea de invertirlos en las pruebas nucleares que lleva a cabo Corea del Norte, pero me da que no es un mercado muy seguro. Voy a ver si hoy la cuadrilla está más ocurrente y veo la luz, que tenemos lecherillas.

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