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El ultimátum

MARÍA ANTONIA SAN FELIPE

Jueves, 11 de octubre 2018, 23:49

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Vivimos un tiempo plagado de imposturas en el que el engaño encubre miserias y enmascara errores. Es tal el griterío que por fuerza algo ha de cambiar antes de que ocurra lo irremediable. El otoño comienza con malos augurios. El independentismo, tan propenso a llenar de épica su cuento de la inminente república catalana, ha celebrado el aniversario de una de sus fechas principales en la fundación de la república del país de Nunca Jamás en un clima impensable para ellos. La constatación de que entre los catalanes se ha instalado un clima cotidiano de enfrentamiento y tensión extremo no parece el anuncio de nada bueno. La sociedad catalana está fracturada, su clase política igualmente dividida y el propio independentismo comienza a asemejarse a un mosaico de Gaudí que va perdiendo la argamasa que unía sus fragmentos.

Lo ocurrido este último 1 de octubre resulta penoso y triste, un nuevo hito en un año jalonado de fracasos. Recuerda un referéndum ilegal que no se iba a celebrar y se celebró, unas cargas policiales ordenadas por quienes se sintieron en ridículo y envalentonaron a sus promotores a proclamar unilateralmente una república que fue depuesta a los 10 segundos sin ningún apoyo internacional. Otro día aciago. De todo ello solo quedan heridas y dolor y, lo que es más grave, un rescoldo de odio y de intolerancia. Los mismos que acusaban al estado español de autoritarismo van mostrando el verdadero rostro de su intransigencia. Un año después el problema sigue ahí ocultando otras realidades igualmente dolorosas y amenazando con derivar hacia brotes de violencia.

Un dirigente político debería tener más cuidado con lo que dice. Este señor que preside Cataluña debiera saber que no se puede estar en misa y repicando. No puede ser el responsable de los antidisturbios y el jefe de los CDR (Comités de Defensa de la República). No puede pedir a éstos último que «aprieten» y luego sorprenderse de que intenten asaltar el Parlamento. Está jugando con fuego. Al alentar la radicalización puede conseguir que no le reconozcan aquellos a los que pedía que «apretaran» al tiempo que les lanzaba a los antidisturbios. Este juego peligroso puede generar una violencia indeseada. ¡Qué miedo me da eso de las calles son nuestras! Si son de unos no son de todos y si no son comunes pueden convertirse en trincheras en las que se discuta la libertad ajena en la que no se cree. ¡En fin, no sé! Pero esto es muy inquietante. Quim Torra es un personaje sorprendente, una especie de Trump, solo que éste se representa a sí mismo y el otro a Puigdemont. No parece que se dedique a gobernar Cataluña ejerciendo las inmensas posibilidades que le da el autogobierno sino a las bravuconadas. El ultimátum que ha lanzado al gobierno de España lo demuestra aunque se le haya vuelto en contra como un boomerang poniendo de manifiesto la quiebra estratégica del independentismo.

Esa división es la que debieran aprovechar los constitucionalistas para abrir vías de distensión, aunque es el pesimismo el que sobrevuela esta posibilidad. La aplicación del artículo 155 ya demostró que complicó el tablero político pero no movió un ápice el apoyo social con el que cuentan los partidos secesionistas, no avanzaron pero no retrocedieron. No acabo de entender el empecinamiento de Ciudadanos y el PP en pedir la aplicación de ese mecanismo constitucional sin haber infracción legal alguna. Solo se comprende en la disputa que Casado y Rivera mantienen por sostener el voto ultraconservador que hasta ahora apoyaba al PP pero que la corrupción y el fracaso en Cataluña han alejado. ¿Es la solución un nuevo 155? Ahora no está claro. Por su parte el gobierno de Sánchez no tiene mucho margen de maniobra mientras Casado y Rivera insistan en ello tanto como en presentar al presidente como un calzonazos rehén de Torra. Antes de que los ciudadanos les demos un ultimátum debieran dejar de dar gritos para ocultar sus miserias y habrían de ponerse a hablar de esa España que nos duele y del futuro que nos espera.

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