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TURISMO INMORTAL

TERI SÁENZ

Sábado, 3 de marzo 2018, 23:50

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No es extraño que al yayo Tasio le asalte de vez en cuando algún turista despistado para preguntarle, mapa en mano, por dónde se va algún lugar señalado. Como el abuelo acostumbra a invertir sus horas muertas deambulando por Logroño para certificar que cada baldosa sigue en su sitio, los visitantes deben verle como una presa amable para satisfacer su curiosidad. Tasio se traga entonces la mala leche que gasta con los conocidos y regala a los desconocidos su mejor sonrisa de anfitrión, dándose el pisto de cicerone avezado. Si intuye que el foráneo es además de esos que ansía ir más allá de tomar unos vinos en la calle Laurel o fotografiarse junto a los rosales de El Espolón y le interroga sobre algún rincón fuera de la ruta convencional, el abuelo se viene arriba y apunta con el dedo al otro lado del río. Directamente al cementerio. Algunos se espantan, como si fuera la invitación macabra de un viejo transtornado. Otros, sobre todo extranjeros habituados a ver los camposantos como una parte natural del paisaje urbano, toman la palabra al abuelo y hacen el delicioso paseo que atraviesa el Ebro por cualquiera de sus puentes. Allí descubren un espacio tan arrumbado por la historia como fascinante arquitectónicamente y, por supuesto, cargado de paz. Una postal de simetrías con olor a ciprés y mármol, donde la colosal tumba de Fernando Gallego compite con las de Zubía, Blanco Lac, Segundo Arce, el general Zurbano o el Marqués de Romeral esperando a que las guías reconozcan que están vivas para el turismo.

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