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Transhumanos o posthumanos

SYLVIA SASTRE

Lunes, 10 de diciembre 2018, 23:31

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En el panorama actual, planea el revuelo suscitado por el investigador chino He Jiankui al anunciar el nacimiento de dos gemelas genéticamente modificadas para hacerlas resistentes al virus del sida. Lo que el investigador creía presentar como avance investigador está siendo el centro de un huracán internacional a nivel político y científico por justificadas razones éticas.

Era cuestión de tiempo que saliera a la luz el resultado de alguna de las investigaciones que se conocía que estaban realizándose soterradamente en países como China para modificar el genoma humano a partir del descubrimiento de la técnica Crispr-Cas9 de gran potencial para mejorar el tratamiento de enfermedades genéticas, pero que también puede posibilitar la manipulación de embriones humanos con el grave riesgo de producir mutaciones que se transmitirían de generación en generación, no solo con fines de salud. Para frenar responsablemente esta línea abierta, la Cumbre Internacional sobre Edición Genética Humana celebrada en 2015 entre países como EE.UU., Reino Unido o China, aprobó una declaración que reclamaba «un amplio consenso social» antes de realizar modificaciones genéticas que se pudieran transmitir a otras generaciones.

Ahora, con el nacimiento de humanos genéticamente modificados, Jiankui ha puesto al descubierto acciones en curso que traspasan una línea roja que no debería flanquearse, denunciadas desde hace tiempo por algunos pero promovidas por poderosas corrientes como el transhumanismo para transformar la condición humana mediante la biotecnología con el objetivo de lograr la superlongevidad, la superinteligencia y el superbienestar, que replantean la dignidad, valores y derechos fundamentales que hasta ahora han marcado la vida humana.

El grave problema ético que ha puesto en evidencia Jiankui con su pretensión de lograr reconocimiento científico, ha generado el frontal rechazo de los responsables de su universidad y del Gobierno chino que no quieren verse públicamente involucrados en lo que supone una violación de la inquietud y acuerdos de la comunidad científica internacional de no alterar el genoma en embriones humanos.

También suscita sorpresa, rechazo y preocupación en los co-descubridores del Crispr-Cas9 que advierten del potencial de una tecnología para el posible tratamiento de enfermedades genéticas graves destinada solo a pacientes que las sufren, y de la irresponsabilidad de aplicarla a la línea germinal de la vida puesto que los cambios introducidos son irreversibles y afectan no solo a la persona beneficiaria sino a su descendencia.

Lo bueno de la noticia es haber levantado la polvareda para avanzar hacia la necesaria regulación mundial de una técnica que puede impulsar al ser humano, no hacia la mejora de su condición, sino hacia modelos desconocidos que algunas películas de ficción aventuran. Estamos frente a una importante cuestión que, quizás, conduzca hacia a un posthumanismo.

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