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CAUTIVO Y DESARMADO - PABLO ÁLVAREZ
Jueves, 19 de abril 2018, 00:04
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España pasó las de Caín con el terrorismo. Fueron décadas de miedo de los justos y de maldad de los otros, de quienes creían que su idea valía más que la vida de alguien. Años de plomo, llenos de sufrimiento, que nos han dejado varias herencias.
Una, un buen montón de víctimas que no deben ser olvidadas jamás. Cada domingo, mi compañero Pablo García Mancha habla con algunas de ellas en las páginas de este periódico. Se lo recomiendo: mucha dignidad.
Otra herencia fue un corpus legislativo que fue en su momento clave. Unas cuantas leyes que permitieron que ganáramos la batalla del terrorismo atacando a su base: a quienes lo financiaban, a quienes le daban cobertura política, a quienes le hacían de repugnantes voceros y aplaudidores.
Ganamos, repito. La batalla de la memoria también es importante, así que cuantas más veces lo repitamos, mejor. Ganamos, ellos perdieron.
Pero ahora ese corpus legislativo empieza a suponer un problema, sobre todo de la mano de una parte de la Fiscalía, la judicatura y la política demasiado rápida a la hora de aplicar la etiqueta de «terrorismo» a casi todo.
El ejemplo de los llamados 'Comités de Defensa de la República' es bueno. La Policía está para vigilar esas algaradas organizadas, y para sancionar el vandalismo como tal y los desórdenes públicos como tales. Pero llamar «terrorismo» a lo que no pasa de gamberrismo es contraproducente. Porque favorece el victimismo del indepe, y porque acaba vulgarizando la propia idea de terrorista, hasta que casi perdamos de vista lo que era de verdad y lo que se sufrió de verdad. Mucho ojo.
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