«Hoy en día nadie piensa en términos de seres humanos, los gobiernos no lo hacen, ¿por qué nosotros sí? Hablan del pueblo y del ... proletariado y yo de los tontos y los peleles, que viene a ser lo mismo»
Graham Greene
Rollo Martins (Joseph Cotten), un escritor del tres al cuarto, llega a la Viena de 1947 cuando la ciudad aún sufre la más mísera posguerra. Busca a Harry Lime (Orson Welles), un amigo de la infancia, que le ha prometido trabajo. Pero Harry acaba de fallecer atropellado. Cuando comienza a investigar su muerte, Rollo descubre que Lime se enriquecía con el contrabando de penicilina diluida, que mata a cientos de inocentes, sobre todo niños.
Las pesquisas de Martins destapan que, en realidad, Harry Lime sigue con vida y traficando en el mercado negro.
Montados, cara a cara, en la noria Wiener Riesenrad, Rollo le espeta a su ya antiguo amigo por las víctimas, y Lime le contesta: «¿Víctimas? No seas melodramático. Dime: ¿sentirías compasión por uno de esos puntitos negros si se detuviera? –responde Lime, señalando desde lo alto a los transeúntes–. Si te ofreciera 20.000 dólares por cada puntito que se parara, ¿me dirías que me guardase mi dinero? ¿O calcularías cuántos puntitos podrías permitirte gastar? Y libre de impuestos».
Graham Greene en literatura y Carol Reed en cine plasmaron, en el 'El tercer hombre' (1949), una infamia similar a la que hoy sufre la humanidad para abastecerse de test, mascarillas y respiradores contra el COVID-19. ¿Y si les digo que tan solo cuatro empresas controlan el mercado mundial de respiradores?
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