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Sábado, 23 de diciembre 2017, 23:15
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La avalancha de denuncias de agresiones sexuales a mujeres moviliza a la sociedad y resquebraja un espeso muro de silencio. La sucesión de escándalos relacionados con el acoso sexual a las mujeres que ha salido a la luz en las últimas semanas es solo la punta del iceberg de una intolerable realidad. Una mínima parte del infierno que, por el mero hecho de ser mujeres, sufren cientos de miles de personas anónimas en una sociedad aún con múltiples carencias en materia de igualdad. La especial repugnancia de los hechos relatados, la avalancha de testimonios estremecedores y, en algunos casos, la relevancia de sus protagonistas han tenido al menos un efecto benéfico. Han propiciado la aparición de un movimiento transversal, global y espontáneo que denuncia sin tapujos una lacra sepultada durante años en un espeso silencio. Se ha rasgado por fin el manto de silencio tejido durante largos años. A él han contribuido la complicidad y la cobardía de algunos. De esos que sabían o sospechaban que algo pasaba, pero nada hicieron por evitarlo o denunciarlo, con lo que dieron alas a la impunidad. También el rancio machismo que, de forma más o menos sibilina, arroja una sombra de culpa sobre las víctimas. Bienvenida la denuncia en voz alta de tales comportamientos inaceptables.
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