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MANUEL ALCÁNTARA

Jueves, 5 de julio 2018, 23:46

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Todo está previsto para que la exhumación de los restos del general de tan alta graduación que fue llamado generalísimo se haga discretamente. Los muertos que dieron tanto que hablar ya no pueden dar ni un ruido, ni escuchar el que hacen los demás y los que lo sacaban bajo palio no quieren que salgan a relucir otras cosas. Mientras, la Conferencia Episcopal confirma que no pondrá obstáculos para el traslado fuera del llamado Valle de los Caídos, que nunca albergó a todos los que cayeron. El problema hereditario es hacerle sitio al vencedor de 'La guerra de los tres años'. ¿Dónde ponerlo? Hay muertos crecederos cuyo empeño es no dejarnos vivir en paz a sus involuntarios sucesores.

El Gobierno ya ha hablado con la familia, que se opone al traslado, pero no ha encontrado la fórmula jurídica para proceder a la exhumación, porque tal fórmula no existe. Hay que hablar con la familia, pero es precisa la orden de un juez. El cardenal Ricardo Blázquez ha dicho que la función de la Iglesia es rezar y pedir por el eterno descanso de los difuntos, pero los desplantes de Torra están impidiendo la concentración necesaria. Lo único que sabemos es que el Gobierno hará «un traslado discreto», ya que la mudanza no sólo será impecable sino diferenciada, porque muchos no quieren que sus restos se mezclen con los de José Antonio Primo de Rivera.

Ya hay más españoles que por su edad no saben quiénes fueron ninguno de los dos, porque la Historia, cuando se escribe con mayúscula, se confunde con la lejanía y con el desamparo de los que aún vivimos. ¿Por qué lo hicieron tan mal nuestros mayores y por qué lo estamos haciendo tan mal nosotros?

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