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Sardanas en lata

La nueva izquierda entra en barrena y el bucle catalán se enreda aún más

JUAN FRANCISCO FERRÉ

Lunes, 28 de mayo 2018, 22:45

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La televisión es un invento perverso, ya lo decían las abuelas. Todo lo deforma y lo arruina, lo rebaja y degrada. La imagen y la reputación, el valor y la tradición. Si no fuera por la existencia de esa pantalla inteligente, los espectadores no sabríamos ni la mitad de cosas que sabemos. No sabríamos nada, por ejemplo, de la fascinación mutua de la monarquía por el mundo popular y la vulgaridad plebeya, o del deseo reprimido de algunos líderes republicanos por los lujos residenciales y el afán dinástico de reyes y reinas.

Decía un viejo experto que los medios audiovisuales siempre están por encima de la información que propagan. Esto los lleva a exagerar la noticia nimia y conceder trascendencia al suceso trivial. Es la grandeza revolucionaria de su irreverente manera de mirar la realidad. El espectáculo televisivo penetra la conciencia pública con facilidad. Los juicios mediáticos nos perturban. Las ideas se vuelven inciertas ante el poderío de la pantalla. Las etiquetas bailan al ritmo de moda. La extrema derecha permanece invisible, excepto bajo la máscara patrimonial del franquismo, mientras la izquierda radical parece prisionera en sus denuncias del escenario geopolítico de la Guerra Fría.

No es solo culpa de la televisión, pero la izquierda hace tiempo que perdió el rumbo. El tándem Iglesias-Montero lo demuestra. Para procrear y repoblar el mundo como una parejita católica tradicional no necesitan excusas de corrección política, ni profesar un ecologismo difuso para comprarse un caserón serrano con jardín versallesco y piscinazo aledaño. Es un error estratégico, lo aprueben o no los militantes de base. Entre sus colegas de otras facciones tampoco abunda la coherencia intelectual. Rajoy, Valls o Rivera son el neofascismo personificado en opinión de bocazas como Rufián y compañía mientras el torvo racista que ahora preside la Generalitat es un santo varón que encomienda su alma demócrata a la Moreneta. Y le reza a diario, como toda la jerarquía catalana desde la Edad Media, pidiéndole la liberación del yugo y las flechas españolistas. La figura de San Jorge, también presente durante la austera toma de posesión de Torra, tiene aún más delito político. Si la Virgen de Montserrat acuna sus delirios de grandeza y las sardanas animan su vivencia nacionalista, el símbolo del caballero alanceando al dragón alienta la fantasía de Torra y Puigdemont. Ese reptil derrotado, en la mente quijotesca de estos mártires de pacotilla, es la imagen del Leviatán nacional. El maligno Estado español. Todas estas cosas, aunque salgan a diario en pantalla, no se aprenden viendo televisión. Se comprenden mejor leyendo la literatura más imaginativa de nuestro tiempo. El superventas supremacista de Torra: 'La meva lluita'. ¿Les suena? 'Mi lucha', en escueto castellano. Surrealismo del terruño. Prosa de escándalo. En Europa pronto hará furor. Como los autos de Llarena.

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