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Domingo, 3 de diciembre 2017, 00:26
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Parecería que Tarradellas tuvo alguna premonición cuando advirtió a los catalanes a su regreso a España que «en política se puede hacer todo menos el ridículo». Pues bien: el expresidente Puigdemont (destituido por aplicación del artículo 155 de la Constitución), que ayer presentó su candidatura en Brujas, ha dejado materialmente de hacer política para limitarse a avanzar de ridículo en ridículo hasta el batacazo final. Abandonado por todos -sus antiguos socios independentistas se aprestan a presentarse a las elecciones del 21-D- y ante la negativa de ERC de reiterar Junts pel Sí, que era la tapadera que permitía al PDeCAT disimular su hundimiento, el iluminado prófugo ha inventado una exótica 'lista de país', en la que abundan los independientes y que por ello mismo agrava la crisis de su propia y depauperada formación política, heredera del pujolismo. Persiste Puigdemont en considerarse depositario de una legitimidad arrasada por su propia obstinación y por la Constitución española, que ya todos acatan siquiera formalmente. E intenta convertir el 21-D en un nuevo plebiscito, cuando ya el grueso del nacionalismo ha descartado por ahora la unilateralidad. Puigdemont mantiene absurdamente la rebeldía.
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