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Refugiados

BERNARDO SÁNCHEZ

Sábado, 30 de junio 2018, 22:27

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Ahora lo llaman Complejo Educativo de Cheste pero fue siempre 'la Laboral'. 'La Laboral' de Cheste, donde las motos. Veo que está sólo a 26 kilómetros de Valencia; pero a mí entonces me parecía que estaba muchísimo más lejos. Era un horizonte que atisbábamos desde las Residencias, iluminado por la luz de la ciudad y en tiempo de Fallas, de noche, por una bruma incandescente. Pero de donde realmente estaba lejos, a una distancia incalculable, inconcebible aún habiéndola recorrido kilómetro a kilómetro, durante horas, un día entero, en un autobús de 1973 y en las carreteras de 1973, con doce años, una tristeza aún por estrenar, unos bocadillos que me hacía mi madre, alguna paguilla que me daba mi abuela y una maletita marrón con toda mi ropa marcada con un número 13572 y mi nombre, para que no se equivocaran luego en los sacos de la lavandería. Todo estaba lejos, lejísimos, de 'la Laboral' de Cheste; incluso Cheste, el pueblo, hasta donde caminábamos más de un domingo algunos de mi colegio, el Urogallo, de la Residencia dedicada a las aves, para ir a su cine; un cine de pueblo de 1973, con la pantalla como una cama desecha, paredes de almacén, copias deshilachadas, luminosidad de candil y unas butacas de pupitre de colegio; a ver, entre otras, La aventura del Poseidón o Verano del 42. Peregrinamos desde 'la Laboral' hasta el pueblo para ver Verano del 42, y nos dejaron entrar aunque era para dieciocho y nosotros teníamos trece; trece años de 1974, segundo año en 'la Laboral' de Cheste; a riesgo, claro, de quedarnos sin cenar a la vuelta -que nos quedamos- y de ganarnos una penitencia -que nos la ganamos- por ver a Jennifer O'Neill, amante de un chaval que sólo nos sacaba a mí y a mis compañeros un par de años (y un par de mundos). No llegamos a cenar a aquellos comedores como ruedas, como bombos de proyector de cine, apaisados, donde desayunábamos -casi de madrugada-, comíamos y cenábamos cinco mil niños, sin que por la forma circular del comedor pudiéramos vernos los cinco mil comiendo a la vez. O al menos, ésa era la intención, según su arquitecto, el ceutí de nacimiento Fernando Moreno Barberá (1913-1998). Sólo ahora conozco a Moreno Barbera. Nunca supe quién había construido aquella de ciudad de hormigón, en medio de la nada, entre un cine desvencijado de pueblo y el recuerdo de mi casa y de mi familia, remotas; y en la que viví entre los doce y los quince años. Ahora me intereso por el autor del espacio donde me llevaron a practicar la EGB, junto a otros cinco mil niños, inmigrantes interiores de las provincias españolas (así descubrí yo la existencia de algunas provincias); hermanos que fuimos durante tres años en que España mudaba en el exterior. Mataron a Carrero con nosotros dentro de 'la Laboral' -conferencias desde casa, alarmados, el niño tan lejos, con todo lo que estaba pasando-. Franco murió con nosotros dentro de 'la Laboral' -luces del edificio que se encienden en mitad de la noche, vigilancia en los pasillos y luego una extraña vacación-. Entre los cinco mil que estuvimos allí, llegados en autobús, con el atillo, de Logroño o de Cádiz, hijos la mayoría de trabajadores, de clases media bajas, de las mutualidades, del alcantarismo. Para ser reeducados en el desclasamiento. Pero no le pudo salir peor a Girón -su ideólogo- la operación. Allí conocimos a hijos y nietos de exiliados políticos; parte del profesorado -con la excepción del de FEN- estaba, digamos, 'separado' de los colegios de la capital por sus ideas; el cura, don Vicente, era progre, y la iglesia parecía como de Gerardo Cuadra o de Le Corbusier. Escucho ahora decir a un arquitecto que las obras de Moreno Barbera limitaban al norte con Mies Van Der Roe y al sur con Le Corbusier. Vivimos los cinco mil hermanos entre dos polos: dormíamos más cerca de la cara Mies y comíamos o paseábamos en la cara Le Corbusier. Pero no éramos conscientes de estar internos en un geografía de la arquitectura del Movimiento moderno. Tampoco Girón, que era sólo del Movimiento. Becados, inmigrantes, bastante huérfanos pasamos el final de la infancia en aquella 'ciudad de los muchachos' -la película del padre Flanagan, que ya había visto yo en el Avenida de aquí, un verano del 70, o así, me recordaba a lo de la 'Laboral'-; una ciudad en la que no vimos en directo más chicas que a la fallera infantil y a su comitiva, que se acercaban, como una beneficencia, a saludar a los niños de 'la Laboral' de Cheste. Y luego ya sí, a las estudiantes de Magisterio, que eran más mayores, que eran ya como Jennifer O'Neill. Vi el martes a los 630 del «Aquarius» en 'la Laboral' de Cheste, ahora llamada Complejo Educativo, pero es 'la Laboral'. Yo viví allí, entre los trece y los quince. Reconozco los lugares en los que están alojados los rescatados. Quizá es mi colegio. Y no puedo evitar el volver a verme allí, náufrago, medio refugiado, a muchas millas de casa.

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