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Percepciones y realidades sobre la inmigración

En este tipo de fenómenos sociales la población tiende a exagerar o generalizar ciertos hechos preocupantes más desde los prejuicios que desde hechos contrastados

JESÚS PRIETO MENDAZA ANTROPÓLOGO Y PROFESOR

Jueves, 1 de enero 1970

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Ocurrió hace pocos días, cuando me dirigía hacia un campus universitario y opté por cruzar un céntrico paso subterráneo que transcurre bajo las vías del tren. En varias ocasiones observé como dos jóvenes (pertenecientes al colectivo inmigrante) increpaban, entre risas y gestos de mofa, a algunos transeúntes que por allí pasaban. Todos optaron por no caer en provocaciones y siguieron su camino. No obstante, al pasar a mi altura pude oír las lindezas que, referidas a la comunidad mencionada, iban murmurando aquellos ciudadanos. Casi al final del pasadizo, comenzó su descenso por las escaleras una chica; por su aspecto, estudiante. Los dos jóvenes se acercaron bruscamente a ella y le espetaron, también entre burlas, algo que la asustó. A pesar del sobresalto dio un giro rápido, sorteando los dos cuerpos que se interponían, y se alejó presurosa hacia el otro extremo del paso. No pude permanecer callado y les recriminé su actuación. El caso es que su respuesta fue la que cabría esperar en unas personas capaces de faltar así al respeto a una conciudadana (y recordemos que, en nuestro país, como lamentable demuestran las cifras de víctimas por violencia de género, ya hay un número considerable de energúmenos nativos sin necesidad de importar foráneos); es decir, se rieron y burlaron de un servidor. Había algunas otras personas cerca que habían presenciado la escena y se volvieron a reproducir los mismos comentarios acusatorios no sobre los culpables, sino sobre toda su comunidad. Y es que, en lo referente a determinados fenómenos sociales -y la inmigración es uno de ellos-, la población tiende a exagerar o generalizar ciertos hechos preocupantes más desde los estereotipos o prejuicios que desde realidades documentadas y contrastadas. Esta realidad, que se conoce como la «imaginarización abultada» (Cerbino, Mauro: 2006), se activa rápidamente entre nosotros, inhibiendo nuestra capacidad de razonamiento para o bien exagerar lo acontecido o dar categoría de cotidianidad a lo que es excepcional. En resumen: considerar el comportamiento de pocos como representativo de todo un colectivo.

A pesar de los programas 'antirumores', acertados a todas luces, puestos en marcha por las distintas administraciones con la colaboración de numerosas ONG, debiéramos de constatar dos realidades objetivas. La primera resulta ser que una parte significativa de nuestra ciudadanía se muestra resistente ante los 'agentes antirumores' e incurre en el injusto error de no distinguir entre individuos y colectivos. La segunda se refiere al pernicioso papel que desempeñan personas migrantes, como los dos jóvenes citados, cuyo comportamiento público les convierte en auténticos 'agentes favorecedores de rumores', que anulan una parte importante de la efectividad de las iniciativas tendentes a deconstruir el discurso, negativo y negativizador, referido a la riqueza de la inmigración, para dar argumentos a los sectores más intolerantes de nuestra sociedad.

Como plasma Ikuspegiak en su 'Barómetro 2017. Percepciones y actitudes hacia la población de origen extranjero', durante el pasado año hemos perdido levemente posiciones con respecto a 2016. A pesar de que los datos no deben inducir a alarma, mostramos evidentes contradicciones y ambivalencias, de forma que para algunas cosas somos muy abiertos, tolerantes y solidarios, pero para otras mostramos actitudes más cerradas y adoptamos posiciones más egoístas y desconfiadas. Así, en Euskadi (con 195.000 personas de origen extranjero, que suponen el 8,9% de la población), el grupo de los tolerantes ha disminuido (aunque ha mejorado en sus niveles de tolerancia); el grupo de los ambivalentes aumenta considerablemente sus efectivos (aun manteniendo sus posiciones de tolerancia) y el de los reacios pierde efectivos, sin que sea ésta muy significativa (y sin que suponga una merma relevante de su tolerancia).

Claro está que estas percepciones sociales tienen, y tendrán, influencia a la hora de plantearnos qué modelo de 'integración' deseamos y qué políticas y recursos podemos emplear. El legislador o el gestor de la 'cosa pública' no van a dar pasos en falso sabiendo que esas percepciones sociales existen y que se traducen en votos ante una eventual campaña electoral.

El número de refugiados y migrantes irregulares que podemos recibir, el acondicionamiento de centros de estancia temporal para personas en tránsito, el reparto equitativo de 'menas' (menores no acompañados) entre distintas comunidades autónomas, los planes de formación y empleo para su posible inserción laboral son temas demasiado 'calientes' para cualquiera que pretenda abordarlos con rigor, desde la justicia social y sin miedo a la pérdida de apoyos en las urnas. Y en este tema, la desactivación de elementos indeseables, esos que yo defino como perjudiciales 'agentes migrantes favorecedores de rumores', como los que he puesto de ejemplo, resulta tan necesaria como la labor de pedagogía social de los planes 'anti-rumores'. Sólo así conseguiremos ver la diversidad como una oportunidad enriquecedora y encontrarnos con Hanna Arendt cuando afirmaba: «No el hombre, sino los hombres habitan este planeta. La pluralidad es la ley de la tierra».

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