Pedro Zabala por Pedro Zabala
En su 81 cumpleaños, el fundador de Amigos de La Rioja escribió esta tribuna que recuperamos hoy a modo de homenaje tras su fallecimiento el pasado viernes
Al cumplir un año más –o menos si contamos bien–, me felicita una amiga que me lanza una sugerente pregunta que es casi un reto: ¿ ... no nos escribirás algo? Y aquí estoy. He de empezar afirmando que siento haber vivido no una, sino varias vidas. ¿Extraño, si resulta que es una sola? Algo voy a contar de estos años pasados, lo que el pudoroso celo de mi intimidad me permita.
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Nací en el otoño de 1934. Puedo afirmar es que es la estación del año que más me encanta. Soporto mal los calores del estío. Y esta época, la de los vivos colores campestres en La Rioja, con las viñas en el valle y el estallido de los bosques de la sierra, me apasiona.
Me nacieron en la casa familiar de la calle Portales de Logroño. Por lo que me contaron, fue un parto laborioso, de muchísimas horas, no debía tener ninguna prisa por abandonar el cálido útero materno. Fui el mayor de cinco hermanos, cuatro chicos y una chica. Una familia tradicional de la época, con padre autoritario y madre sacrificada. Pronto vendría a vivir con nosotros una hermana de mi madre, regañona y cariñosa que, con sus habilidades de repostera, nos volvió golosos desde temprana edad. Evoco los fríos invernales, en torno a la mesa camilla con el brasero en medio, con el rezo diario del rosario.
El recuerdo global de mi infancia es que fue una época feliz. Y la sensación de felicidad se nutre principalmente de mis evocaciones de Munilla, ese pueblo serrano, de donde proceden mis raíces maternas, la plaza de San Miguel que entonces era frontón adosado a la iglesia al lado de la ermita de la Patrona, la Virgen de la Soledad, el río, más bien torrente de montaña aunque lleve nombre de Manzanares como el madrileño, los montes próximos. Tan es así que digo que me siento orgulloso de mis dos pueblos: Logroño y Munilla. Este último, hoy casi despoblado al haberse deslocalizado sus industrias de paños y zapatillas; mientras que la capital de La Rioja, entonces un poblachón de treinta, y poco más, mil habitantes concentra hoy unos 160.000, fruto de una política nefasta de autoridades locales y regionales.
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Mis estudios en el colegio de San José de los hermanos maristas, desde los cinco años hasta acabar el Bachillerato. Educado en el nacionalcatolicismo, con la chasca del fraile de turno amenazando a quien se desmandara. Fuí un alumno dócil y regular en mis calificaciones: sobresalía en latín e historia, mientras flaqueaba en matemáticas y ciencias, no sé si por manía a las materias o alergia a los profesores. Lo mejor que saqué de aquellos años fueron los lazos con mis compañeros.
Cursé la carrera de Derecho, examinándome en la Universidad de Zaragoza. Las asignaturas de Filosofía e Historia del Derecho y de Derecho Político fueron las que concitaron –y siguen haciéndolo– mi mayor interés.
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Ya en Logroño, y luego en Zaragoza, empecé a militar en un partido político. Mi actividad, además del reparto de octavillas y participar en manifestaciones, fue de escribidor de textos clandestinos, en folletos o en periódicos, sobre todo en el Pensamiento Navarro, en la época que lo dirigió un gran amigo, ya fallecido. Acabé organizando con un miembro del PC la Junta Democrática de Aragón. Llegada la democracia, me retiré del activismo político, aunque sigo comulgando en los ideales del federalismo autogestionario como en mi lejana juventud. Por eso rechazo radicalmente tanto el neoliberalismo como todos los nacionalismos, centrípetos y centrífugos y cualquier frontera, pongo en solfa la cacareada soberanía nacional. Y defiendo una cascada de patrias ascendentes, desde lo más local y próximo hasta la gran matria que es toda la familia humana. Y es que lo universal es simplemente lo local sin fronteras.
Saqué las oposiciones en la Administración Civil del Estado y fui destinado a Zaragoza. En aquellos años nacieron mis hijos, acontecimiento que marcó para siempre mi vida. Ellos son mi fuente mayor de alegrías y naturalmente de preocupaciones. Los amé desde que nacieron y pensando en su felicidad tomé muchas decisiones importantes. ¿Supe darles todo lo que necesitaban? Temo que no...
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La semilla de fe que había heredado familiarmente sufrió varias transformaciones. La lectura temprana de las Florecillas de Francisco de Asís, un mes de ejercicios ignacianos a mis 16 años en Loyola, el impacto del Concilio Vaticano II, la lectura reflexiva de Rahner, Guardini, von Balthasar, Rovirosa, Ellacuría, Sobrino, Casaldáliga, González Faus, mi enganche con una comunidad cristiana de base de Logroño en la que participo... Ahí estoy, intentando seguir a Jesús de Nazaret, a pesar de mis incoherencias y cobardías.
En mis años universitarios el descubrimiento de Buber, Berdiaeff, Marcel, me alejaron de la tentación marxista y me llevaron al campo del personalismo comunitario.
Una parte importante de mi vida fue, la creación de la asociación Amigos de La Rioja, dedicada a defender la identidad riojana, la denuncia y apoyo de las necesidades de nuestros paisanos y el servir de puente con nuestros pueblos vecinos. Fueron años de actividad frenética en la que participé como secretario general. Defendimos el cambio de nombre de nuestra provincia, nuestra común identidad cultural con La Rioja alavesa o las 'Riojillas' burgalesa y soriana. Y cuando los partidos políticos disputaban sobre a qué autonomía incorporarnos, alzamos la bandera de nuestra autonomía uniprovincial. También luchamos por tener una universidad.
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La docencia ha sido siempre mi gran vocación. En la Escuela de Mandos Intermedios de Zaragoza y, ya en Logroño, en el centro asociado de la UNED, donde ejercí como profesor-tutor durante más de 30 años. Mi proximidad a los alumnos y convertir mis clases en debates sobre temas actuales, a partir de las enseñanzas teóricas, eran mi peculiar estilo. Esta tendencia la he mantenido en tertulias radiofónicas y en charlas en distintos pueblos a los que voy cuando me convocan.
A mis 50 años cursé la carrera de Psicología a través de la UNED, en su especialidad clínica. La escuela del conductismo cognitivo era la impronta que nos daban. Como me parecía insuficiente, la completé con el estudio de otras. Y con ese bagaje empecé a trabajar como voluntario en un centro dependiente de Cáritas, para atender a personas sin recursos que padecían trastornos emocionales y de conducta. Algo aprendí y desde luego recibí mucho más de lo que daba.
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Un accidente importante y la enfermedad surgieron en mi vida. Primero, hará unos cinco años, un resbalón al salir de la ducha. Me rompí la taba de mi pié derecho y me quedé inmóvil durante unos meses. Desde entonces cojeo y ando apoyado en un bastón. Luego, y eso fue más grave, mi válvula aórtica hizo aguas. Me operaron abriéndome en canal el pecho, para sustituir la mía ya caducada por otra de pericardio de ternera. Así que cuando me preguntan cómo voy, respondo despacico y con pastillas.
No puedo omitir lo que representa en mi vida mi participación en una asociación, nacida de comunidades cristianas, tal es Ágora, Debates desde la Fe. 20 años organizando foros en noviembre, de temas político-sociales, y unas charlas de primavera más centradas en lo religioso.
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Las muertes también me han dejado huellas importantes. Primero, cuando tendría unos 14 años, la de mi abuelo paterno, cuyo nombre llevo, que era mi padrino. Era la figura masculina con la que me identificaba. Vendrían luego las de mi padre y la de mi madre a cuya agonía asistí, las repentinas de dos hermanos y de mi cuñado, la de un primo muy querido en accidente de tráfico. Y tantas otras que han ido jalonando mi existencia...
Ese es el recorrido de mi vida. Fracasos y dolor cuyas cicatrices marcan mi corazón. También alegrías. Ahora vivo en paz. Resulta que soy rico en una cosa: en cariño, de mi núcleo familiar íntimo –hijos, nietos, los dos hermanos pequeños–, en amistades, sobre todo femeninas, aunque también tenga alguna masculina, próxima. Alguna fue mi paño de lágrimas en horas amargas. Puedo decir soy amado y amo: he vivido, estoy vivo. Y espero encontrarme con el Abbá de Jesús y reposar en su seno. ¿Cuándo?
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