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El nombre
propio

El nombre propio

BERNARDO SÁNCHEZ

Sábado, 15 de septiembre 2018, 23:35

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En dos días, el martes, 11-S, volverán a reescribirse casi 3.000 vidas, con sus nombres y apellidos. Gracias a sus nombres y apellidos, que no son meros datos, sino palabras con sentido pleno, prendidas de mundos que conectan, a su vez, con otros mundos, plenos, que sumados todos ellos no caben hacia lo alto y han de proyectarse hacia lo profundo de un cielo invertido, en forma de piscina sin fondo. En forma de una playa en terraza bañada por una marea incesante, infinita. Por un océano escalonado, que retumba y enmudece, que arrastra y devuelve, que rebosa y se vacía. De seres. Con nombre propio. Y apellidos. Un océano dividido en dos vertientes: dos fuentes subterráneas que baten al unísono como dos turbinas de memoria. Dos simas a las que te puedes asomar, pero de las que nunca alcanzarás a descubrir el secreto de su epicentro. Norte y sur: dos nuevas torres indestructibles, porque ya pertenecen a la geología. Y a las corrientes internas de la memoria. La memoria es una geología. La memoria no es una cúpula sino un cimiento. No es un pabellón sino una oscuridad íntima y habitada. Capas discretas. No funciona por elevación sino por excavación. Se interna, irriga. Es agua, un torrente de agua, viajando hacia el punto de su nacimiento: un manantial insondable. Hay casi 3.000 vidas que renacen, que manan a cada segundo del día y de la noche de lo que fuera una zona 0 y ahora es una zona 3.000. Y cada unidad se multiplica por sus nombres y apellidos. De ahí, que aquel espacio vacío hoy aparezca plenamente poblado. Los asesinos no sabían que no podrían jamás derribar los nombres de sus víctimas; que éstas se agarrarían a sus nombres. Y apellidos. Y que cada uno de ellos es una oportunidad material, palpable, de eternidad. Literalmente palpable. Tú puedes rebautizar a los 3.000 ausentes, ratificarlos en sus nombres y apellidos. Pues puedes, al borde de la piscina, mojar tu mano en el agua que corre por un pequeño canal que hay bajo su borde y repasar, reescribir, los nombres y apellidos que están inscritos en bronce negro. El agua que parece borrarlos, muy al contrario los confirma. Y así, conocerlos, familiarizarte, vincularte. Para siempre. Los nombres, con sus apellidos, que se solidarizan con el nombre, mostrándose como comentarios, como propiedades del ser, como retrato. Ampliando la biografía de su nombre. No están grabados o sacados, al modo de un panteón. Están ahuecados, abiertos. Cada letra es un vano, que respira. De forma que el agua con la que las acaricias, deletrea y atraviesa el nombre: cada ser nombrado, pronunciado, proclamado. Es también, claro, ese agua, la única forma que tienes de llorarlos. Pero el Memorial del World Trade Center no es patético, ni funerario. No es un túmulo, ni un monumento. Es un censo de formas de vida, de mestizajes, de significados, de lenguajes, de relatos, de pieles, de familias. De todo lo que odiaban los asesinos. Cuando tocas esos nombres -y yo lo pude hace unas pocas semanas, y lo recuerdo hoy, en vísperas- te das cuenta que el nombre propio lo es -propio, vivo, único, definitivo- porque en él sale el nombre como recitado, como mundo, como planta. Porque los nombres son la forma propia e individual que adoptan las palabras para significar más cosas. Las palabras hechas nombres son singulares e intransferibles. Yo nunca había descubierto tal caudal de sentido a las letras, a las palabras, a los nombres antes de ver, leer y tocar los de las 3.000 almas del Memorial del 11-S. Hay nombres que funden tres o cuatro orígenes, y todas las edades, desde no nacidos hasta ancianos; y sexos. Los lees en alto y los tocas y se revela instantáneamente toda su vida; lejana pero de pronto presente, delante de ti. Vivísimos. En activo. Hay nombres, con sus apellidos, algunos casi impronunciables, como inventados para la literatura; o musicales, o jeroglíficos, o versos; o sencillamente bellísimos; formaciones en las que resulta imposible distinguir el nombre de los apellidos, el país o el sexo. Pasa también que es imposible, que entre las 3.000 combinaciones, no encuentres alguna de ellas que coincida con el nombre de alguien muy cercano. Y eso da la idea de que el mapa del mundo tiene las dimensiones de esa nomenclatura a la marca de agua: Mohammad Salahuddin Chowdhury, Joao Alberto DaFonseca Aguiar, Jr., Meredith Emily June Ewart, Giovanna Galletta Gambale, Osseni Garba, Marina Romanovna Gertsberg, Vincent Francis Giammona, Babita Girjamatie Guman, Charles Francis Xavier Heeran, Alva Cynthia Jeffries, Sanchez Scott Jordan Hazelcorn... Y «En todo el aire en sombra no más que el agua suena» (Antonio Machado).

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