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Nombre de mujer

Los voceros nos ponen como excusa para mirarse en el espejo y verse ellos más grandes

ELENA MORENO SCHEREDRE

Viernes, 8 de marzo 2019, 21:29

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Mi vecina tiene más de noventa años. Es una de esas mujeres que se orientó como pudo en un mundo que nada tenía que ver con este. En la postguerra, a las solteras huérfanas de guerra se les ponía un estanco permitiéndoles trabajar para que se compraran un collar de perlas y repartieran Montecristos a los próceres provincianos. Ese fue su caso. De afrentas dadivosas a la dignidad femenina estuvo y está la historia de nuestro país repleta, y mi vecina me cuenta que rellenó los papeles de su vida sin saber si la 'M' de la casilla de género era de mujer o de macho, o la 'H' era de hombre o de hembra. Todo lo hizo a tientas, sabiendo que el mundo no pertenecía a las mujeres. Con sus ojillos velados me susurra «Me hubiera gustado nacer en este tiempo; libre». Le sonrío pensando en lo que me ha costado a mi subir los peldaños construidos por el poder masculino, y lo que mi hija me cuenta de su escalada, cada vez más cercana de la cumbre.

Es imparable nuestra presencia en todos los sectores profesionales y sociales y lo es, a pesar de que las empresas nos hagan hueco para que su imagen no se resienta, o los políticos nos coman la oreja con un lenguaje sospechoso de haberse comido a Clara Campoamor y a pesar, también, de que el paro tenga nombre de mujer. Imparable como las mareas, la tecnología o el poder de la belleza. Imparable a pesar del poco equitativo reparto del bienestar, de los populismos, de las izquierdas y derechas que quieren ahora bailar pegados con la más fea. Imparable porque, por fin, se despenaliza la maternidad y el puñetero techo de cristal está a la vista de todos. Sin embargo, y a pesar de la conquista, estos días me crece en las tripas una incomodidad difusa que aún no soy capaz de identificar. Me veo, en cuanto que soy mujer, en el pódium electoral, utilizada como una bandera agitándose para dar un aire efímero de abanico. Algo de mí se rebela porque este camino, que algunas generaciones hicimos con descarnada soledad, tiene vistas que las vallas electorales tapan con esa maliciosa inocencia que aceptamos como tontos.

España ocupa el primer puesto de Europa en consumo de prostitución. Se calcula en 500.000 las personas que ejercen esta bochornosa realidad en nuestro país, de las cuales un 90% son víctimas de trata. La dialéctica integradora focalizada en los escaparates de la Gran Vía olvida y no se ocupa de meterle el diente a los barrios bajos de la dignidad femenina; autónomos sin baja maternal remunerada, mujeres del campo, amas de casa... Echo de menos la palabra respeto, tan inclusiva cuando de diferencias y desigualdades se trata. Vamos a necesitar mucha fuerza, mucho poder, y mucha fortuna para construirnos mujeres en un mundo de igualdad y exigir a los voceros que no nos doren la píldora, ni nos pongan como excusa para mirarse en el espejo y verse más grandes.

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