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En España pasamos de la menarquia a la monarquía en un pispás, como si estuviéramos jugando un enloquecido rosco final de Pasapalabra y no supiésemos salir de la letra eme. Ha venido el rey emérito y los republicanos han perdido la ocasión de acudir al aeropuerto de Vigo a recibirle por todo lo alto, con banderolas, cánticos y confeti, como si acabara de ganar la Champions. Algún día tendrán que reconocer que es don Juan Carlos la persona que más ha hecho por el advenimiento de la III República en España, mucho más que Garzón o Iglesias, esos mindundis desagradecidos que, en lugar de criticarle, deberían estar erigiéndole un monumento por suscripción popular. Si su hijo le deja, Juan Carlos I, perito en transiciones, podría completar un reinado asombroso, trayendo primero la democracia y luego la república, lo que definitivamente le colocaría en un lugar inalcanzable de la historia.

No obstante, la reciente visita del emir de Catar nos demuestra que la rehabilitación del emérito aún es posible. Bastaría con que don Juan Carlos se comprase un terrenito en el desierto, pusiera un par de pozos y empezara a sacar gas a chorros. De esta manera, la próxima vez que venga podrá no solo dormir en la Zarzuela, sino ser recibido con genuflexiones por el presidente del Gobierno, volver a recibir toisones y medallas e incluso quedarse a vivir aquí, siempre y cuando mantenga el grifo abierto. En caso de duda, podemos preguntarle al emir Al-Thani, un tipo poliamoroso pero sobrio, que pudiendo haber venido con sus tres esposas se contentó con traerse solo a una. Esos detalles son los que hay que cuidar cuando uno quiere venderle hidrocarburos a un gobierno verde y feminista.

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