Este viernes, 9 de mayo, celebramos que hace 75 años un alquimista político llamado Jean Monnet dio con una fórmula magistral para reforzar la inmunidad ... de nuestras democracias. Fue una vacuna administrada sobre un continente arrasado, pero con grandes dosis de valentía y diseñada para inocular memoria histórica, sentido común y cooperación.
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De aquel milagro, este consenso: la realidad que hoy es la Unión Europea.
En 2025, el mundo es otro. Nuestra sociedad vive una especie de fiebre global: cambio climático, guerras energéticas, aranceles, crisis de competitividad, desinformación viral. Y nuestras democracias sufren la volatilidad y la incertidumbre previas a cualquier gran cambio histórico. ¿Seremos solo anécdota, motas en el polvo de la Historia? ¿o estamos siendo testigos de un verdadero cambio de guion del orden liberal multilateral que conocemos?
Dicen que es imposible predecir hacia dónde girará el viento, pero siempre podemos elegir cómo colocar las velas. Y aunque la UE dista mucho de ser perfecta, hoy continúa siendo el instrumento más útil que tenemos. Para reducir la triple dependencia (energética, militar y productiva) que nos hace vulnerables a los desmanes de otros. Para inmunizar la salud de nuestras democracias, para proteger nuestros derechos y modo de vida, para combatir la nostalgia tóxica del algoritmo, esa idea de «mejores tiempos pasados» que en realidad nunca existieron.
Para resolver –en común–, lo que no puede resolverse por separado.
En tiempos de ansiedad global, la UE refuerza su capacidad como vacuna. Tras 75 años de uso, en el prospecto actualizado de este antídoto no se conocen efectos secundarios graves. Algunos usuarios reportan un aumento de empatía, pensamiento crítico y deseo de entender a quienes no piensan como ellos. En casos excepcionales, puede producir lentitud en la toma de decisiones... pero garantizando siempre unidad final y coherencia en la respuesta. Lamentablemente, esta vacuna no se parece comercializarse todavía en EE UU. Tiempo al tiempo.
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Con todas sus limitaciones y un historial propio de errores enmendados, Europa sigue siendo nuestra única «utopía razonable», ya lo dijo Javier Cercas. 2025 es además un año redondo para recordarlo: 75 años de la declaración Schumann, 40 años de la firma de adhesión de España a la UE. 25 aniversario de la Carta de Derechos Fundamentales –una Carta que es hoy nuestro pasaporte vital para navegar en aguas turbulentas–. Porque me van a disculpar, pero las verdaderas fronteras de la UE no están en Letonia, Grecia o España. Las verdaderas fronteras están en el Artículo 2 de los Tratados: dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos.
La identidad europea no se hereda, se cultiva. Y si toca, se defiende.
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