Europa:¿Continente o contenido?

El silencio de las esfinges

Sábado, 14 de junio 2025, 23:17

Acerté con el vestido de coctel beige. Quise ir de un fucsia más celebrón, pero escuchando la radio mientras me arreglaba algo me dijo que ... al momento le sobraban hombreras. La voz demudada de Pedro Sánchez pidiendo disculpas por el último caso de corrupción, a una hora escasa del evento, me obligó a desechar el colorín y reemplazar los tacones por un zapato más sensato. Agarré el bolso de terciopelo y un taxi a la carrera. Cacao labial, mi DNI y el tarjetón del Palacio Real para conmemorar los 40 años de la firma del Tratado de Adhesión de España a la Unión Europea.

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El acto tuvo lugar en el Salón de Columnas. Habían colocado un centenar de sillas de terciopelo rojo, desde las que los asistentes escuchaban el discurso del Rey, sin perder de vista la mandíbula tensa de Sánchez. La Historia desplazada por las pequeñas historias. Y allí, a un metro escaso estaba ella: la mesa de las esfinges. En el centro de la sala. Seis estatuillas doradas portando imperturbables el sobre de mármol cuarteado por un mosaico de colores. Sobre él descansaba el libro del Tratado, con sus firmas estampadas allí mismo cuatro décadas atrás. Es una mesa peculiar, hecha de mármol, bronce y leyenda. Adquirida por Carlos IV en 1803, ha sido testigo en ese mismo salón de un lavatorio de pies a doce pobres cada Jueves Santo, del brindis real en la boda de los Príncipes de Asturias, de la firma de abdicación del rey Juan Carlos, de cumbres de paz entre israelíes y palestinos (sí, sucedió), o de ceremonias de Estado tras la muerte de Franco. La suya es una memoria de siglos, sin apenas moverse del sitio. Es esa Historia con mayúsculas, la que viene a desfilar ante sus figuras aladas.

Y fue allí, fue esa firma sobre esa mesa la que nos llevó a los españoles en volandas a un futuro –hoy presente– de democracia y modernidad. El jueves no hubo brillibrilli ni fuegos artificiales. Pero sí una celebración solemne, contenida, con un guiño a la danza y una interpretación creativa del himno de la alegría, en la que Felipe VI desgranó con acierto los hitos de un viaje que dura ya 40 años.

En España éramos 38 millones, hoy más de 49. Nuestra esperanza de vida ha crecido hasta los 83 años, y contamos con 1,4 millones de estudiantes universitarios. Somos menos creyentes, más viejos, mejor formados. Hemos ganado en derechos —divorcio, aborto, matrimonio igualitario— y nos hemos industrializado. Pero no todo ha sido fácil: la precariedad juvenil, la crisis de la vivienda o la falta de competitividad son hoy sombras que planean sobre nuestros esfuerzos de convergencia. Pero hay algo que no ha cambiado: Europa como aspiración y defensa de nuestras democracias.

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Silenciosas, esas esfinges doradas seguro son conscientes de cómo, sobre sus espaldas, aquella firma lo cambió todo. La Unión Europea no solo nos ayudó a cerrar heridas y construir un estado del bienestar. Nos hizo parte de un proyecto colectivo basado en reglas, en el Estado de Derecho y la solidaridad. Y también nos obliga a estar a la altura.

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