Claro que hay futuro
Hacen mal los partidos tradicionales en no prestar más atención a los más jóvenes y en no bajar el ruido de los insultos
Me atraparon los colores. No suelo comprar libros por impulso, pero aquella portada tenía un fondo azul intenso y la silueta de una mujer vestida ... de rojo que parecía dejarse caer por una ventana. Acerté. 'El descontento' es una novela en la que Beatriz Serrano maneja con maestría y (mucho) humor las sensaciones de hastío, de soledad no elegida, de incertidumbre por el futuro y del síndrome de una impostora treintañera que «juega a las oficinas», mientras finge una gran vida social en redes y distrae como puede el tedio de sus solitarias reuniones por zoom.
Curiosamente conecta muy bien con la película infantil Del revés 2. En ella Pixar retrata personajes que son emociones (alegría, ira, tristeza) y recupera esta vez una expresión francesa, el 'ennui', para hacer referencia a un sentimiento generacional mucho más profundo que el aburrimiento: el de la apatía vital.
Tras las elecciones europeas del pasado 9 de junio, llevo días pensando en el aumento llamativo de partidos de ultra derecha o antisistema en países como Alemania, Francia, Austria, Italia o Países Bajos, donde ha encontrado fuerte eco entre los jóvenes. En Alemania el 16% de los menores de 24 años se decantó por el partido ultra Alternativa por Alemania (AFD), el segundo más votado por este tramo de edad y a mucha distancia de Los Verdes, un grupo donde los jóvenes volcaron hace cinco años sus esperanzas contra el cambio climático.
En Francia, donde hoy seguimos expectantes la segunda vuelta de unas elecciones provocadas por el éxito de la ultraderechista Marine Le Pen en las europeas, hemos visto cómo en los comicios de junio el 80% de los franceses menores de 30 años se decantó por los extremos: sólo el 9% votó por opciones tradicionales de centro, en comparación con el 48% de jóvenes votantes para el nuevo frente popular de extrema izquierda y el 33% para el reagrupamiento nacional de Le Pen.
España es el único de los cinco grandes países de la UE donde la extrema derecha antisistema no ha obtenido el primer o segundo puesto, aunque sí ha irrumpido en nuestro paisaje electoral y parece también haber seducido a un perfil de votante joven, mayoritariamente masculino. Diferentes encuestas a la generación Z reflejan cómo en los tres países la preocupación por el empleo y la precariedad (España), la inflación y el coste de la vida (Alemania) o la inmigración (Francia) ha desbancado a otros temas prioritarios como la lucha contra el cambio climático o la paz mundial. ¿Son por ello los jóvenes hoy más racistas o antisistema? Realmente, no lo creo. Pero la nueva extrema derecha europea ha logrado alejarse de los tópicos del fascismo de los años 40 y creado nuevos referentes jóvenes, activos en redes y libres de complejos históricos. Quizás la fuerza del nuevo populismo resida en que saben aprovecharse del ecosistema crítico en el que nos movemos, y abrir debates sobre temas y en canales en los que otros prefieren no entrar.
Una cosa que tienen en común todos estos partidos es el increíble manejo de las redes sociales. «En TikTok gana la autenticidad, hablar de los problemas cotidianos de la gente», explica en un reportaje Erik Ahrens, el asesor en redes sociales de Maximiliam Krah, un eurodiputado que durante la campaña electoral tuvo que dejar el liderazgo de AFD por unas polémicas declaraciones sobre las SS.
El diagnóstico está hecho desde hace tiempo. Los populismos son un fenómeno global –recuerden la campaña del brexit o el asalto al Capitolio en EEUU–, que se caracterizan por su empeño en erosionar las instituciones democráticas, por usar un discurso que se siente «auténtico», lleno de soluciones fáciles a problemas complejos, con narrativas ágiles en redes y expertas en alimentar la desconfianza y capitalizar la frustración de la gente en periodos de crisis. ¿Y a qué temen hoy nuestros jóvenes europeos? A la incertidumbre global, la precariedad, la sensación de que vivirán peor que sus padres, la falta de vivienda, la ansiedad climática, la presión de las redes, la salud mental... Los jóvenes menores de 24 años son cada vez más infelices.
«Vivimos en un periodo revolucionario y el algoritmo nos premia», celebra el asesor de Krah. Y mientras tanto, mis hijas adolescentes viven expuestas a ese universo de 'No hay futuro', opinando a velocidad 5G, en canales invisibles para mi generación. Buscan respuestas, pero nadie puede mantener la confianza en un estado permanente de mensajes catastróficos.
Demos a nuestros jóvenes motivos reales de esperanza. Desactivemos esta apatía. No son el grupo electoral más numeroso ahora y no harán ganar elecciones a los partidos tradicionales, pero estos hacen mal en no prestarles más atención, en no abrir con ellos canales reales de conversación. En no elegir a líderes más jóvenes con los que puedan sentirse mejor representados. Y sobre todo, en no bajar el ruido de los insultos y subir el volumen de los acuerdos, de las transacciones, de los avances en positivo que sí resuelven sus problemas. La UE sólo se construye así.
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