Nunca olvidaré una actividad que hice en el colegio cuando era una niña (aún más niña que ahora, quiero decir). Tendría aproximadamente once o doce ... años. La tarea que nos asignaron a todos los alumnos del curso, reunidos en la biblioteca del centro, consistía en escribir en un papel la respuesta a la pregunta «¿Qué quieres ser de mayor?»
A continuación, un docente recogió todos los papeles con las respuestas de unos niños que acababan de revelar su gran deseo de futuro. Las respuestas eran todas parecidas: profesiones que iban desde médico hasta policía, pasando por cocinero o veterinario.
Es curioso que unos niños, a tan temprana edad, sin más contexto respecto a la pregunta, optasen anónima y conjuntamente por dar una respuesta colectiva en relación a su futuro profesional. Seguro que la mayoría de nosotros, aún ganando en edad a aquellos chiquillos, daríamos ahora mismo una respuesta alineada con la suya.
Sin embargo, fueron muy curiosas las respuestas que dos niñas dieron a la meritada pregunta. Una de ellas respondió «madre». ¡Por fin una respuesta más allá del ámbito laboral! Pero lo mejor estaba aún por llegar. El papel que quedó reservado para el último lugar tenía una revelación aún más emocionante. Decía, simplemente, «FELIZ».
A menudo esta dinámica resuena en mi cabeza, y me recuerda a esos videos virales que circulan en redes sociales en los que se pregunta a personas mayores cuáles son sus miedos o que añoran a esas avanzadas alturas de la vida. Ninguno de ellos hace referencia a cosas materiales.
Y ahí viene mi pregunta. ¿De veras hace falta ser un octogenario para darse cuenta de lo esencial? ¿Para que nos percatemos de que la vida no cambia si apruebas o no un examen? ¿Si tienes o no una carrera universitaria? ¿Si te compras o no ese coche o esa casa que te van a hipotecar de por vida? ¿O de lo prestigioso que sea tu trabajo a los ojos de otros?
Para mi la respuesta es clara. Porque ya lo decía mi querido Principito. Ese afable personaje de Antoine de Saint-Exupéry. Ese a quien los mayores aconsejaron dedicarse a cosas importantes como la geografía o el cálculo, en lugar de a la pintura. Ese a quien llevo conmigo a todas partes. Ese que decía que lo esencial es invisible a los ojos.
Sé que es un cliché, pero he querido compartir esta dinámica con vosotros para que os la guardéis como propia. Y lo hago con la intención de que os la repitáis de vez en cuando. Pero, a cambio, os encomiendo una tarea: tenéis que responderla de forma genuina. Tenéis que pensar en aquello que queréis ser de mayores, da igual la edad que tengáis. Y todas las respuestas son válidas. Podéis desear ser un mejor hijo, o una persona más empática. Ser más agradecidos o menos autoexigentes.
Y espero que, una vez encontrada vuestra respuesta, os pongáis manos a la obra con ello. Para no descubrir, en el momento de la muerte, que no habéis vivido.
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