Que no se lo lleve el viento

En muchos lugares del mundo se han manifestado por el brutal asesinato de George Floyd, un hombre de raza negra, asfixiado por la rodilla de un policía en su cuello durante ocho interminables y terribles minutos. En un país como Estados Unidos, en el que los métodos de la policía son tantas veces cuestionados por su brutalidad y en el que existe un racismo sistémico, se han producido tanto numerosas manifestaciones pacíficas como disturbios y actos de vandalismo.

Las concentraciones se han extendido por muchos países, incluida España. Me llama la atención, por cierto, que se hayan permitido concentraciones tan numerosas sin respetar la distancia de seguridad y sin mascarilla en plena pandemia. El domingo veíamos en los telediarios otra muerte de una persona de raza negra, Rayshard Brooks, por disparos de la policía en el aparcamiento de un hipermercado en Atlanta.

El debate sobre el racismo en Estados Unidos ha llevado a que una de las más conocidas plataformas de cine y series, HBO (siglas de «taquilla en casa» en inglés), haya decidido retirar temporalmente de su catálogo el peliculón 'Lo que el viento se llevó' por reflejar «prejuicios étnicos y raciales». No ha sido la única decisión de este tipo, pero sí la más llamativa y fue pedida por un columnista de The New York Times porque la cinta «perpetúa los estereotipos más dolorosos para las personas de color».

La esclavitud fue una realidad brutal, pero existió, y la discriminación racial ha existido durante muchos años, incluso amparada por la ley de segregación racial. «Lo que el viento se llevó» es una película de 1939, fruto de su tiempo. Ahora sería impensable rodar algo así.

Si nos ponemos a revisar la historia con los ojos del presente, por la misma razón que deja de proyectarse 'Lo que se viento se llevó' habría que retirar de las bibliotecas 'Lolita' de Nabokov o 'Huckleberry Finn' de Mark Twain, o, ya puestos, tirar las pirámides de Egipto o el Machu Picchu porque los construyeron esclavos. Esto sería ocultar el pasado a las nuevas generaciones y hacerles pensar que el mundo ha sido siempre como ahora. Al contrario, hay que educarles en distinguir el bien y el mal, la realidad y la ficción. Tenemos que conocer nuestra historia, entre otras cosas, para no repetir las peores páginas que ha escrito la humanidad y, precisamente, para que los errores no se los lleve el viento.