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Groucho, sin duda el más inteligente, coherente y, por supuesto divertido de los marxistas, ante la desconfianza de su interlocutor con respecto a una de ... sus afirmaciones, le planteó una disyuntiva que ha estrujado las mentes más preclaras a lo largo de la historia y que sigue sin resolverse de forma autorizada:
¿A quién va usted a creer, a mí, o a sus propios ojos?
Y en este momento muchos españoles nos encontramos prisioneros de esa duda que, como todas, tiene diferentes respuestas.
Yo, cuando escucho a un investigado, ante una juez que le pregunta ¿qué es la Oficina de Artes Escénicas?, responder «qué es la oficina que se ocupa de las artes escénicas» y manifiesta sin tapujos que no tiene claro, después de dos años de desempeño de ese trabajo, donde está su oficina, decido creer a mis propios ojos y concluyo que el personaje en cuestión, aparte de tener la seguridad de no morir de un ataque de inteligencia, está mintiendo.
Yo, cuando escucho a una señorita decir también ante el juez que su «amigo» ministro le proporcionó un puesto en una empresa pública a la que jamás acudió a prestar sus servicios, aplicando idéntico principio, deduzco que la señorita en cuestión sin duda prestaba a su «amigo» otro tipo de servicios, sin duda estimables y agradables, pero no administrativos.
Yo, cuando escucho a una señora, que ha ocupado cargos importantes en empresas públicas para los que ha sido designada «a dedo», solicitar a presuntos delincuentes reclamados por los tribunales, que le proporcionen material para llenar de fango e inmundicia a miembros de la elite de la UCO, y ofrece a cambio mejorar mediante sus gestiones a alto nivel la situación procesal del delincuente, hago caso a mis propios ojos y extraigo la conclusión de que tal señora tiene facultad de influir en la Fiscalía y está buscando el modo de desprestigiar a la policía judicial para obstaculizar sus investigaciones que se están acercando demasiado al poder.
Yo, cuando me entero de que, nada menos que el fiscal general del Estado, ha borrado todos sus mensajes telefónicos y ha cambiado su terminal, que ha hecho desaparecer, justo el día en que se ha enterado de que los jueces están interesados en conocer su contenido, pregunto a mis propios ojos que me dicen que el sujeto en cuestión tenía algo que ocultar.
Pues no. Error. Varios miembros y miembras del Gobierno me han iluminado y me han aclarado que el trabajador perdido, las señoritas, la señora y el fiscal, no han hecho nada inconveniente, que ninguno tiene nada que ver con el Gobierno y que todo es una sucia y artera maniobra inventada por malvados adversarios políticos que buscan enturbiar las límpidas aguas del poder.
Soy consciente de que muchos ciudadanos prefieren despreciar a sus propios ojos y creer lo que les dictan, pero yo no puedo.
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