Franco, Espartero y Viriato
Ha preocupado mucho, en ciertos ambientes, el dato de que el 20% de los jóvenes vea como algo positivo el régimen dictatorial de Franco. También ... en otros tiempos se extendió la especie de que los españoles éramos ingobernables y lo mejor era una dictadura. ¿Es para preocupar? Según se mire. Si se interpreta como que uno de cada cinco jóvenes quiere una dictadura, abría motivo de preocupación, pero quizá no sea esa la conclusión correcta. Sí debería hacer reflexionar a los gobernantes, porque algo, o mucho, deben de estar haciendo mal para que una parte de los jóvenes vuelva la mirada hacia un pasado olvidado que, a la mayoría, nos amargó la infancia y la adolescencia, no tanto por la falta de libertad como por la obligatoria educación que recibimos.
En mi primera escuela, un parvulario de monjas en mi pequeño pueblo riojano, aprendí, envuelto en la talla de seis años, a leer, a escribir, el soy cristiano y que en Rusia se comen a los niños. Un año después, en la escuela nacional, a cantar las tablas de multiplicar, el 'Montañas nevadas' y, los viernes, que venía el cura a darnos doctrina, el 'Señor pequé', 'Perdona a tu pueblo', 'Pequé, oooh Dios mío' y otros cánticos religiosos sobre la maldad original de la especie humana; y memoricé el catecismo, no sé si del padre Astete o del padre Ripalda. Todo bajo las miradas de la pared, en la que Franco y José Antonio parecían bendecir, bajo el cristal de los retratos, nuestros avances escolares, junto al mapamundi, azul verdoso, del que una rata se había comido el Japón y las islas Kuriles, y sobre el armario de nogal que guardaba la tinta Pelikán, el cesto de los clariones y la leche en polvo que mandaron los americanos con el plan.
A los jóvenes de ahora, Franco y su «alzamiento» les pilla igual de lejos, en años transcurridos, que Espartero y su bombardeo de Barcelona a los, entonces, muchachos de mi generación, que escuchábamos con simpatía las hazañas del general riojano, cuya estatua ecuestre, marcial e inmarcesible, sigue dominando, sobre los leones de la fuente, la serena geometría del Espolón logroñés.
Ni la simpatía, que los muchachos de mi generación teníamos a Espartero, nos hacía sospechosos de querer bombardear Barcelona ni esos jóvenes de ahora, que dicen volver la vista con agrado hacia la dictadura del «generalísimo», son cómplices de los desmanes franquistas. Simplemente, creo que ven a Franco como lo que es: un personaje histórico, que debería pasar al olvido en la vida cotidiana y política, aunque a muchos nos amargase la infancia, igual que ha pasado Espartero y, mucho antes, pasó Viriato, el pastor lusitano que mataba romanos y a quien mirábamos con simpatía. Sin saber absolutamente nada de él.
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