Franklin D. Roosevelt: el legado de la esperanza en tiempos inciertos
El 'pacto social' que imaginó el presidente norteamericano sigue siendo la fórmula más solida para resistir el avance de los autoritarismos
Javier García Ibáñez
Secretario General del PSOE de La Rioja
Sábado, 18 de octubre 2025, 22:42
En una época marcada por la incertidumbre económica, la polarización política y el avance de discursos autoritarios, volver la mirada hacia Franklin Delano Roosevelt no ... es un ejercicio de nostalgia, sino un acto de reflexión sobre lo que sostiene —y lo que puede salvar— a las democracias. El trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos, del que se cumplen 80 años de su fallecimiento, que gobernó entre 1933 y 1945, se enfrentó a desafíos que parecían insuperables: la Gran Depresión, el auge de los totalitarismos en Europa y la devastación de la Segunda Guerra Mundial. Su liderazgo transformó no solo a su país, sino también la idea misma de lo que una democracia podía y debía ser. Marcó el rumbo del siglo XX.
Cuando Roosevelt asumió la presidencia, en marzo de 1933, Estados Unidos estaba paralizado por el colapso económico. El desempleo afectaba a uno de cada cuatro trabajadores y la confianza pública en las instituciones se había evaporado. Frente a la desesperanza, FDR —como lo llamaban sus compatriotas— comprendió que la primera tarea de un líder democrático no es prometer milagros, sino reconstruir la fe en el propio sistema. «Lo único que debemos temer es al miedo mismo», proclamó en su discurso inaugural. Aquella frase, tan simple como poderosa, marcó el tono de un gobierno que entendió la esperanza como una forma de acción política.
El New Deal, conjunto de políticas económicas y sociales impulsadas por Roosevelt, redefinió el papel del Estado. Programas de empleo público, regulación bancaria, obras de infraestructura y la creación de una red de seguridad social sentaron las bases del moderno Estado del bienestar. Roosevelt no abolió el capitalismo, pero lo humanizó: demostró que la intervención pública podía salvar tanto la economía como la democracia frente a los extremos del laissez-faire y del colectivismo autoritario. En un momento en que la tentación populista y el desencanto con las instituciones amenazaban con desbordar a Occidente, Roosevelt ofreció un modelo alternativo de liderazgo democrático basado en la empatía, la transparencia y la acción decidida.
La política, entendida como instrumento de transformación colectiva, debe volver a hablar el lenguaje de la empatía y la justicia
Su influencia se extendió más allá de las fronteras estadounidenses. Durante la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt se convirtió en el arquitecto moral de la alianza contra el fascismo. Supo combinar la firmeza militar con una visión política de largo aliento: la creación de las Naciones Unidas fue, en buena medida, fruto de su convicción de que la paz solo puede sostenerse sobre instituciones compartidas y valores comunes. Frente a los líderes que sembraban odio y división, él apostó por la cooperación y el multilateralismo como herramientas de supervivencia colectiva.
El legado de Roosevelt trasciende la historia norteamericana. En tiempos de crisis —ya sean económicas, sanitarias o medioambientales— su ejemplo recuerda que las democracias no se defienden únicamente con leyes, sino con la capacidad de ofrecer esperanza tangible a los ciudadanos. Su éxito no residió en la ausencia de errores, sino en su intuición de que la legitimidad política nace del vínculo entre gobierno y pueblo: de la sensación de que la democracia escucha, actúa y protege.
Hoy, cuando la desigualdad erosiona la confianza pública y las redes sociales amplifican la desinformación y el desencanto, las lecciones del rooseveltianismo recuperan toda su urgencia. La política, entendida como instrumento de transformación colectiva, debe volver a hablar el lenguaje de la empatía y la justicia. El 'pacto social' que Roosevelt imaginó —una alianza entre libertad y seguridad, entre iniciativa individual y solidaridad pública— sigue siendo la fórmula más sólida para resistir el avance de los autoritarismos.
Franklin D. Roosevelt fue, ante todo, un líder que supo comunicar optimismo sin negar la realidad. Gobernó desde una silla de ruedas, pero caminó con paso firme hacia un horizonte de renovación democrática. Su vida y su obra recuerdan que las crisis no destruyen las democracias; las ponen a prueba. Y que el futuro pertenece, como él creía, a quienes tienen el coraje de construir esperanza cuando el miedo parece reinar.
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