Dejad que la divina naturaleza quiebre el vaso y lo divino se convierta en cosa humana. Hölderlin, quién si no podía expresar con tanta lucidez ... la locura del amor y cómo necesitamos sus heridas para sentir que de verdad hemos vivido. El arte –la poesía que este sea capaz de concitar en cualquiera de sus formas– se recrea en esas cicatrices que guardamos escondidas para decirnos al menos que no estamos solos.
Los japoneses, esos sabios que todavía guardan memoria de lo pasado, llaman kintsugi a la reparación dorada de piezas de porcelana rotas. Cuentan que en el transcurso de una batalla un shogún rompió sus dos tazones de té favoritos y los mandó arreglar. Por nada del mundo quería deshacerse de ellos; eran regalo de su amada y la bebida en otros cuencos no le sabía igual. Cuando se los devolvió el artesano le sorprendió que, en lugar de haber disimulado las grietas entre los pedazos, las hubiera destacado con una resina dorada que daba un aspecto diferente a esas viejas tazas. ¿Cómo recordarás si no que un día las rompiste? le dijo el hombre.
Así hacen el arte y los artistas con su dolor, recordarnos que no estamos solos en el nuestro. 'Lo que crece en las grietas', un delicado libro de relatos de Virginia Ruiz mete el dedo en esa llaga existencial con la inquisitiva curiosidad que lo harían Virginia Woolf, Alfonsina Storni, Sylvia Plath o Alejandra Pizarnik si quitáramos de sus bolsillos el lastre de poetas suicidas y fuésemos capaces de verlas sencillamente como poetas inmortales: Si el corazón es frágil, como una taza de porcelana, y una gran pérdida lo hace añicos, ni todo el tiempo y la bondad del mundo podrán ocultar las feas grietas. En cuanto el precioso líquido del amor se derrama, te quedas seca. Seca y vacía.
Así hacen al arte y los artistas con su dolor, recordarnos que no estamos solos en el nuestro
Que los poetas se instalan –y nosotros con ellos– en un perenne presente donde las viejas heridas son también fuente de luz resplandeciente me lo dijo un día Amancio Prada, el más místico y romántico de los trovadores. La palabra poética pone siempre el dedo en la llaga –me explicó–, pero no para hurgar en ella, sino para que sean palabras de consuelo, para que aporten un poco de alegría a la conversación del mundo.
Portador a través de la música de ese poder sanador del arte y la poesía, Prada invita siempre a participar de una especie de comunión universal que va de la gracia divina de san Juan de la Cruz a la gracia muy crítica y humana de Chicho Sánchez Ferlosio, pasando por Lorca y Rosalía, la de Castro. Aunque incluso la otra Rosalía, la más moderna, sucumbió a san Juan y su 'Cantar del alma mía' antes que las tendencias, el reguetón y el éxito mundano la llevasen a abandonar los caminos menos amables y más hondos del maestro Morente: Que bien sé yo la fonte que mana y corre aunque es de noche.Aquella eterna fonte está ascondida, que bien sé yo do tiene su manida, aunque es de noche...
Tal es la conversación del mundo y de los tiempos si se permite hablar a la poesía: un buscar de manantiales, un transcurrir las horas cautivas, un dulce dialogar de criaturas, un compartir heridas y heredades, un distinguir las voces de los ecos, un cantar de los cantares... El libro bíblico de Salomón acompañaba siempre a san Juan. Una rara excepción en el Antiguo Testamento que ni trata de la ley ni de los profetas, que no es un libro sapiencial ni examina la alianza y que ni siquiera habla de Dios. En el Cantar, simplemente los amantes se encuentran en plena armonía y sienten el deseo mutuo de regocijarse en su intimidad. ¿Hay religión capaz de expresar mejor el amor? Pues de igual modo sucede en el 'Cántico espiritual' de Juan de Yepes, recluido en una celda durante meses por querer, como su amiga Teresa de Ávila, descalzar a los calzados, y que, no teniendo en su encierro con qué escribir, lo memorizó hasta que fue transcrito por Magdalena del Espíritu Santo. ¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando y eras ido... También ellos eran porcelana rota tratando de lamerse las heridas.
Así, como quien cruza un río saltando de peña en peña, busca la poesía llegar a la otra orilla. Al joven Amancio Prada, hijo de humildes labriegos del Bierzo, el Cántico se le reveló en París, adonde había viajado con solo veinte años y una guitarra que apenas comenzaba a entonar la poesía más alta, una guitarra que terminaría haciendo popular la canción más culta y más culta la canción popular.
Presenciar, más de medio siglo después, la maravilla de su versión sinfónica junto a la Orquesta y Coro de Radio Televisión Española produce una emoción solo comparable a las mieles del amor. Por un breve espacio de tiempo pareció que la ciudad se detenía a escuchar, que el mundo entero todavía fuera capaz de frenar la maquinaria que lo hace trizas, que la poesía volviera a ser un arma cargada de futuro. Lo único capaz de restañar tantas y tantas grietas... La noche sosegada en par de los levantes del aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora... O eso o nada.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión