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EL INVIERNO MÁS DURO

TERI SÁENZ CHUCHERÍAS Y QUINCALLA

Sábado, 6 de enero 2018, 23:43

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El yayo Tasio se niega a salir de casa. Es invierno, se justifica. Lo encuentro atrincherado en su orejero, enroscado en una manta de lana rasposa de la que sólo deja ver dos ojillos desgastados y cada vez más vidriosos. Ha bajado las persianas y arrimado el brasero a los pies. Sobre el hule de la mesa hay latas de sardinas a medio vaciar, algún currusco de pan duro que da fe de su cautiverio personal. Yo trato de animarle. Le invito a dar una vuelta aunque sólo sea a la manzana para que le dé aire. Salir y ver el sol por el día. O las luces de Navidad si cae la noche. Nada. El invierno, insiste con voz lúgubre. Sin querer forzarle pero tampoco rendirme a su derrotismo, le recuerdo las veces que me ha recordado con orgullo sus inviernos de chaval en el pueblo. Inviernos de verdad, como los define el abuelo. Esos que se imponían puntualmente después del otoño y no como ahora, que sólo amagan y hasta parecen primaveras. Meses de nieve constante y hostil que bloqueaban los caminos e hinchaban la cara cuando había que aventurarse hasta los corrales para alimentar al ganado. Inviernos traidores, como aquel que le sorprendió volviendo de la escuela monte a través y padre lo rescató cuando ya casi le comían los sabañones. Tasio por fin reacciona. Parece incorporarse. Intuyo por un instante que le he convencido. «No es ese invierno, ababol», me espeta. Y saca de su ovillo un periódico donde ha subrayado demagogias, falacias, agravios y medias verdades. A mí también me recorre un frío paralizador.

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