D. W. Griffith fue un director muy adelantado a su tiempo. Padre del cine moderno, este genio de Kentucky respaldó en 'El nacimiento de una ... nación' (1915) la supremacía de la raza blanca e, incluso, blanqueó -¡qué paradoja!- al Ku Klux Klan. Muy criticado por los defensores de los derechos civiles, en 1916 deslumbró Griffith al mundo entero con 'Intolerancia', una de las películas más costosas y brillantes de la historia. Por medio de cuatro episodios que atraviesan la pantalla en un montaje avasallador, el film pone el dedo en la llaga de la injusticia y la intolerancia. La crítica se deshizo en alabanzas ante el prodigio del Séptimo Arte en su máxima expresión, pero su mensaje pacifista no gustó ni en aquella Europa inmersa en la I Guerra Mundial ni en amplios sectores estadounidenses, que abogaban por entrar en el conflicto.
Cuando el diputado José Ignacio Echániz frivolizó en el Congreso, durante el debate sobre la eutanasia, al afirmar que cuando una persona fallece o es «empujada» a la muerte por la vía de la futura ley, «el Estado se está ahorrando muchísimo dinero», me acordé amargamente de 'Intolerancia' y de sus cuatro historias: la matanza de los hugonotes en la noche de San Bartolomé (1572), la pasión de Jesús de Nazaret, una trágica huelga en los albores del siglo XX y la caída de Babilonia ante el emperador persa Ciro II (539 a.C.).
Señor Echániz: Ojalá nunca tenga que padecer meses frente a la cama de un hospital viendo cómo su familiar más querido agoniza en medio de terribles dolores físicos y psíquicos, y sin solución alguna.
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