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Inteligencia en la barriga

PABLO ZAPATA - ESCRITOR

Sábado, 9 de septiembre 2017, 23:13

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En las distintas ferias del libro en las que he participado en los últimos años, he llegado a la constatación de que los libros más demandados son los libros de cocina. Pasa la gente delante de los puestos donde están visibles los grandes títulos de la historia y ni los mira, o los desconoce del todo. Manda la tele, donde hay más programas culinarios que culturales, ¡hasta de niños cocineros! Por eso, cuando se les pregunta a los pequeños qué quieres ser de mayor, muchos responden que cocineros. La televisión educa, ya lo creo que deseduca.

Recuerdo con nostalgia cuando, hace unos años, los periódicos dedicaban monográficos a la literatura infantil, para estar al día; cuando había una feria del libro específica para niños y jóvenes; cuando los padres preguntaban por los mejores libros para sus hijos. La cultura ocupaba un sitio. Todo eso ha desaparecido, y no porque los jóvenes lo hayan solicitado. Somos los adultos los que los dirigimos, los que creamos gustos, los que generamos hábitos, los que estamos formando una generación desculturizada donde lo que impera es el fútbol-droga y las recetas y concursos culinarios. Desde tiempos de los romanos, se sabe que es el mejor sistema para mantener las masas domesticadas y dóciles. 'Panem et circenses' (pan y espectáculos circenses), que decía Juvenal en tiempos clásicos cuando veía que con esto los emperadores distraían al pueblo para mantenerlo tranquilo, para adormecerlo. En nuestros días, pan y toros, pero como se lleva cada día menos lo de los toros (en algo progresamos) y un mendrugo de pan tenemos todos, Juvenal diría «tele y fútbol». Pero una televisión que sea vacía, plana, que no haga pensar, que no haga trabajar demasiado al cerebro, que alimente la andorga. Y horas y más horas de fútbol. Qué bien lo saben los que nos dominan. Demos al vulgo lo que pide el vulgo, cerebros planos con el coco comido, presentadores adoctrinados, periodistas adictos y tertulianos adeptos al que manda. Concursos infumables donde la más elemental estética prendió el vuelo, y lo más importante: que no piensen, que pensar puede dar fatiga. Eso sí, con la barriguita llena.

Produce hartazgo contemplar el charloteo omnipresente del fútbol, que nada tiene que ver con el sano ejercicio de su deporte. Grupos que son capaces de mantener durante horas una conversación apasionada donde el único tema es el fútbol, donde no se puede ni intentar tocar otros temas. Cuando presencio estos debates tan acalorados me acuerdo de Unamuno cuando, recordando a Schopenhauer, escribe en el capítulo tercero de Don Sandalio Jugador de Ajedrez: «Los tontos se juntaron para hablar, y no teniendo ideas que cambiar, inventaron unos cartones pintados para cambiarlos entre sí, y que son los naipes». Hoy día lo podríamos actualizar: «Los hombres se juntaron para hablar y como no tenían nada que decirse, hablaban de fútbol». Parece que da vergüenza sacar cualquier otro tema que no sea el fútbol y la jamada.

Y no es que uno pretenda ir de erudito por la vida, pero parece que lo que ha creado el ser humano como ser inteligente a lo largo de la historia, lo más hermoso, las artes, no tienen cabida. Qué triste, que los seres pensantes estemos pensando más en el estómago, que es lo que nos iguala a los animales. Lo tengo decidido, el próximo libro que escriba tiene que tener la temática rondando el ombligo. Seguro que firmo muchos ejemplares. Ya lo decía el exitoso Lope de Vega: «Y escribo por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron, / porque, como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto».

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