No resulta nada fácil decir o escribir algo medianamente original u ocurrente acerca de la condición humana. Desde que hace 2.500 años los pensadores ... griegos comenzaron a estrujar y sacar partido a este género, se han redactado miles y miles de libros, tratados, disertaciones y ensayos al respecto. Ensayos repletos de hipótesis y conjeturas de toda índole. Sin embargo, la práctica totalidad de los mismos se ha limitado a especular sobre los aspectos cualitativos de nuestra naturaleza, es decir, sobre los rasgos que hacen que el género al que pertenecemos se distinga, destaque y domine a todos las demás. Pocos, muy pocos son los que se han detenido a analizar en profundidad las facetas de tipo cuantitativo. De entre todas ellas hay una que, particularmente, destacaría sobre todas las demás por su crudeza y porque revela el lugar que la existencia, la evolución, la historia o el universo han reservado para todos y cada uno de nosotros. Vamos con ella.
Aunque nadie parece capaz de fijar con seguridad la fecha en la que aparecieron los Homo sapiens, los primeros miembros de nuestra propia especie, todos los indicios apuntan a que este hecho se produjo hace cerca de 200.000 años. Partiendo de ese dato, algunos demógrafos han estimado que, desde que se produjo ese feliz suceso, el número de generaciones que se han sucedido desde entonces rondaría las 8.000 mientras que el de seres humanos que han vivido alguna vez en la Tierra ascendería a 117.000 millones. Esta muchedumbre también incluiría a la humanidad actual, a los 8.000 millones largos de individuos que habitamos este planeta y que apenas representamos un 7% del total que acabamos de señalar. Eso significa que el 93% de los humanos que una vez han sido están muertos y que la inmensa mayoría de los mismos han quedado reducidos al anonimato, la irrelevancia y el olvido. Y es que, siendo realistas, ¿cuántos de entre nosotros tenemos memoria o guardamos algún recuerdo de lo que les sucedió o de los acontecimientos que vivieron nuestros bisabuelos y tatarabuelos? ¿qué sabemos de su personalidad y su carácter o del mundo en el que vivieron y de lo que aportaron al mismo?
Me temo que no hay nada que hacer, que su destino está tan sellado como el nuestro, que la amnesia de la que son víctimas también nos devorará a nosotros cuando hayamos desaparecido y nos ausentemos del mundo de los vivos. No resulta fácil reconciliarse con el olvido al que la mayoría parecemos estar abocados. Aunque, bien mirado, podemos consolarnos pensando que los afortunados que corran mejor suerte porque sus nombres y hazañas sigan siendo evocadas una vez desaparecidos, jamás serán capaces de disfrutar o de beneficiarse de esa fama ni de ese honor. Ni la una ni el otro cambiará su condición o los devolverá a la vida.
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