Los heiltsuk son un pueblo indígena que habita la costa central de la provincia canadiense de Columbia Británica. Su área de distribución se extiende a ... lo largo de una superficie aproximada de 20.000 km2, desde la isla Calvert, al sur, a la isla Campbell, en el norte. En la actualidad, esta comunidad está formada por poco más de 2.500 miembros, pero algunas estimaciones señalan que antes de la llegada de los colonizadores europeos su censo ascendía a varias decenas de miles. El choque cultural al que se vieron sometidos y, sobre todo, la introducción de enfermedades infecciosas desconocidas hizo que su número descendiera dramáticamente hasta colocarles al borde de la extinción. Contra lo que pudiera parecer, su salida del anonimato no se debe a las circunstancias que padecieron durante ese periodo o al tratamiento del que fueron objeto por parte de la Administración canadiense sino a que a comienzos de este mismo año la nación Heiltsuk, después de diez años de deliberaciones, ratificó en referéndum la adopción de una constitución escrita destinada a regular sus derechos y deberes.
Para ser sincero, no tengo ni idea de dónde partió la idea o quién fue el promotor del documento, pero sospecho que detrás de todas las iniciativas protagonizadas por los pueblos originarios de Canadá se halla la mano de su Gobierno federal y de su intento de corregir los errores y abusos cometidos durante el proceso de colonización: desde el expolio de sus tierras hasta su esterilización o reasentamiento forzosos. Imagino que es su manera de disculparse, de subsanar o revertir las injusticias cometidas y saldar una deuda.
En España no hay primeras naciones ni pueblos nativos. No los hay desde hace muchos, muchísimos siglos. Su lugar, si cabe establecer este tipo de comparación, lo ocuparon, hasta hace no tanto tiempo, los campesinos y las comunidades rurales, la constelación de aldeas entregadas a la economía de subsistencia y al autoconsumo que se extendía a lo largo y ancho del interior de la Península. Ellas y sus habitantes fueron los grandes sacrificados durante el desarrollismo. Su emigración a los centros urbanos de este y otros países, su trabajo sin cualificar, sus bajos salarios, sus divisas y, por qué no, su conformismo, fueron decisivos en la modernización del país, en la convergencia con Europa y en la consolidación de la economía de mercado que ahora disfrutamos. A pesar de todo ello, pocos recuerdan ese pasado y menos aún lo reivindican. No hay cuentas pendientes, ni revisiones críticas. La amnesia se ha apoderado tanto de las instituciones como de quienes lo vivieron y no digamos ya de sus descendientes. Las primeras, tal vez, por desidia o porque no hay gloria en esos hechos; los segundos, porque no desean rememorar las estrecheces, las dificultades a las que tuvieron que enfrentarse o el dolor de la partida y el desarraigo, y los terceros por pura ignorancia.
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