Toda tecnología, entendida en el más amplio sentido del término, tiene la capacidad o el potencial de crear nuevos mundos o modificar los existentes. Así ... sucedió, al menos, con el fuego, la cerámica, la agricultura, el arco y la flecha, la rueda, la pólvora, el estribo o la imprenta. Si hacemos caso a Marshall McLuhan, esta última tuvo una importancia decisiva en el desarrollo y consolidación de Occidente y de su hegemonía sobre el resto del planeta, en la aceleración social, cultural, política y económica que experimentó desde su invención a mediados del siglo XV hasta el presente. Y es que la introducción de tipos móviles no sólo favoreció la impresión masiva de toda suerte de publicaciones, sino que, además, provocó una revolución en el modo de transmitir la información y en la manera de concebir el mundo.
Según McLuhan, el origen de todos estos cambios hay que buscarlo en el arrinconamiento, en la pérdida de peso de la comunicación oral y del sentido del oído a favor del de la vista. A partir del momento en el que este último logra extender un manto de sospecha sobre todos los demás, los ojos se convierten en el único canal que nos garantiza un acceso pleno y veraz al mundo exterior. Así es como la letra impresa, transformada en una extensión/correlato de la vista, alcanza su nueva condición de mediadora entre la conciencia humana y la realidad objetual, una mediación que, de paso, contribuye al nacimiento del individualismo y de la noción de autoría.
Poco o nada queda de ese estado de cosas. La irrupción del daguerrotipo, la cámara fotográfica o la televisión, capaces de capturar imágenes e incluso de representar su movimiento, hace mucho que pusieron fin a la dictadura del papel. Sin embargo, la conmoción provocada por esas tecnologías se antoja muy modesta frente a los cambios propiciados por la revolución digital a la que asistimos desde hace menos de medio siglo.
Cuando comenzó a generalizarse el uso de internet a finales del siglo pasado, quien más quien menos pensó que se trataba de una herramienta perfecta para que la información, la educación y el conocimiento llegaran a todo el mundo. Guiados por el optimismo y la ingenuidad, creímos que la democracia, además de fortalecerse, podía expandirse o arraigar donde todavía no lo había hecho. Y sin embargo... ha sucedido todo lo contrario. La búsqueda de validación y reconocimiento promovida por las herramientas diseñadas por Zuckerberg y sus acólitos la han socavado al propiciar que la red de redes se haya convierto en un colosal patio de vecinos en el que el conocimiento, la creencia, la opinión y las mentiras valen lo mismo y en el que la voz de los expertos y la academia es acallada por la de los terraplanistas y la de los que chillan más fuerte o son capaces de engatusar a sus audiencias. ¡Ay, si Gutenberg levantara la cabeza!
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión