El inglés que no era inglés

En aquel viaje Michael me llevó de la mano a todos los rincones de Anfield, empezando por el vestuario para tomarnos una cerveza con Graeme Souness. Quedaban dos horas para que empezara el partido, un Liverpool-Genova de la UEFA. Del vestuario, al césped. De camino me hizo tocar el escudo del túnel de vestuarios, This is Anfield, y me avisó de que se me pondría 'gallina en piel' cuando empezara a escuchar cantar el You'll never walk alone a The Kop. Y así fue. Cuando terminó el partido, nos fuimos a casa de Sammy Lee que nos recibió con una botella de tinto navarro. Nos dieron las tantas.

Así era Michael. Feliz de hacerte sentir importante compartiendo su vida. Feliz regalando consejos o reflexiones a cualquier hora del día o de la noche.

Era una máquina de la comunicación. Veía el fútbol como nadie. Pero sobre todo era un tipo extraordinario. Pasé largas épocas sin verle, pero siempre tenía tiempo para responder un mensaje, una llamada. Al empezar esta temporada me fui a Bilbao a verle. De camino pensaba que iba a despedirme de un amigo, pero después de aquella media docena de horas volví convencido de que no iba a ser la última vez. Demasiada fuerza como para que aquello terminara tan pronto.

Me cuenta Raúl Ruiz, uno de sus grandes descubrimientos para la televisión, que habló con él después del último Liverpool-Atlético de Madrid. «Creo que este ha sido el último partido». En Anfield. Cerrando el círculo. Qué suyo.

Esta noche me apretaré un gin tonic en su memoria. Reiré recordando sus vaciles, sus historias, sus palabros. Y volveré a llorar.