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La herencia de mi padre

PIEDAD VALVERDE

Sábado, 18 de noviembre 2017, 23:39

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Esteban, mi padre, era albañil y siempre que tenía ocasión presumía de que, pese a sus humildes inicios, había logrado una inmensa fortuna. Los inicios eran efectivamente humildes y como imaginarán ustedes, su patrimonio escaso. Pero él no tenía esa impresión, cuando venía a vernos a Logroño pasaba mucho rato en el parque del barrio en que vivimos mi hermana y yo, se sentaba en algún banco y a quien se le colocaba al lado le hacía un recuento detallado de sus bienes, salpicado de todas las fatigas que sufrió para llegar a tan desahogada situación. Yo le regañaba de que fuera contando su vida a la gente. Por cierto que a mí también me regañan mis hijas, pero a él le daba lo mismo, tampoco era raro que el compañero de charla , que solía ser más o menos de su quinta, le hiciera su particular declaración de la renta. Esto es habitual en casi todas las personas mayores de su clase social, se sienten muy orgullosos de lo poco que tienen. Lo cierto (y quizá lo triste también) es que después de estar trabajando desde que era niño, si llegaba a fin de mes era porque sus hijos contribuíamos a estirar su modesta pensión y porque mi hermana Trini le cuidó sin horarios ni calendarios. Pero, como les digo, mi padre no tenía esa impresión, en su relato era un triunfador hecho a sí mismo que poseía una casa, olivos y un coche. Ah, y lo más importante tres hijos con carrera universitaria. Como ya les conté en su momento, mi padre murió a finales del año pasado y nos ha dejado una herencia muy pequeñita que mis hermanos yo hemos recibido con gran emoción y alborozo, prácticamente como si nos hubiera tocado la lotería, porque sabemos de sobra el esfuerzo que supuso adquirir esas modestas propiedades. Hay que reconocerle que era un luchador infatigable y perdonarle esas vanidades, ya que madrugó día tras día con el único afán de sacarnos adelante. Yo me acuerdo, por ejemplo, de su ilusión por comprar vehículos. Tuvo bicicleta, motocicleta, tractor, moto-carro y coche. Los cuidaba como si fueran seres vivos e incluso le hablaba a su último coche, un Citroën Saxo de segunda mano pagado a plazos, que estaba siempre en la cochera, le decía : «Qué bien vives, granuja», porque ya no lo podía conducir.

Lo cierto es que mi padre no es una excepción, la mayoría de los obreros dejan al morir un patrimonio reducido y sus hijos se sienten agradecidos lo mismo que nos pasa a nosotros. Pero luego está el caso opuesto, ya que no imagino a Rato ni a Bárcenas sentados en el banco de un parque contando que todo lo que poseen es fruto de su trabajo, al contrario tienen que negar y que esconder sus fortunas porque las han amasado delictivamente. Y tampoco me imagino a Ignacio Gónzalez en otro banco explicando de donde ha salido ese botín de 5 millones que le han descubierto en Colombia.. Eso sí, a pesar de que la justicia intervenga y por muchas multas que les pongan, como aquí nadie devuelve nada, su hijos, en su momento, heredarán desorbitadas sumas de dinero y bienes de todo tipo.

Y quién sabe, con tantos medios, no será raro que lleguen a ser dirigentes políticos o empresariales. Incluso darán lecciones de democracia como ha ocurrido con los hijos de muchos dirigentes franquistas. Pero hay un legado que los herederos de los Rato, Bárcenas o Gónzalez no tendrán. Por muchos años que pasen nunca podrán decir que sus posesiones son fruto del trabajo honrado. Y tampoco, dicho sea de paso, podrán presumir, como hago yo, de un padre que jamás estuvo en la cárcel.

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