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Gurús líquidos

DOMINGO GARCÍA POZUELO

Sábado, 21 de julio 2018, 23:38

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Yocreo que más que vida líquida, ese concepto acuñado por Zygmunt Bauman, lo que tenemos es vida acuosa. Es decir, algo que apenas moja y que por tanto no llega más allá de la epidermis de nuestras percepciones. La frivolidad se adueña de la política y la ausencia de criterios rigurosos adorna, en demasiadas ocasiones, el ejercicio de nuestros más conspicuos altos cargos. Un ejemplo de ello y de lo que puede sucederle a alguien cuando alcanza la cima, la perseguida gloria aunque sea de forma fortuita, es el de nuestro flamante presidente del Gobierno Pedro Sánchez. Su forma de hacer caso a consejos tales como exponer sus manos a una sesión fotográfica, para así tratar de transmitir firmeza de carácter, determinación, es una infantilización, otra más, de ésta sociedad tan seducida por el culto a la imagen personal, los eslóganes y la acuosidad de los conceptos. Tampoco quiero insistir demasiado en las poses de estas primeras semanas de presidencia, tales como las fotos en el avión con las gafas de sol y unos papeles a modo de señuelo de trabajo a bordo, y que han servido para que incluso el simplón Floriano se atreva a ser irónico con la escasa gracia que le adorna. Al final, y es lo que me atrae de esta historia, es esa élite de asesores o politólogos que en las sentinas de los partidos genera estrategias de puro marketing, para que alguien cuyas virtudes no alcancen algo más que ser el tuerto en el país de los ciegos, logre no obstante la cima del poder.

El asesor estrella que ha logrado desbancar a Rajoy de la Moncloa, y al PP del poder, es un profesional al que había escuchado en alguna tertulia televisiva, sin que su discurso me pareciera algo más que una retahíla de lugares comunes de la vida política y sus rifirrafes diarios. Iván Redondo, que es el artífice del éxito, tiene que ser una lumbrera, porque si consiguió que el bombero Monago llegara a la Presidencia de la Junta de Extremadura, una tierra hostil para la derecha de manera continuada, es como para deducir un gran conocimiento, sobre la intimidad de una parte de la sociedad extremeña, a la que fue capaz de seducir a través de un eslogan sobre lo que decía representar el interfecto: un barón rojo. Ver para creer. Y algo parecido podría deducirse sobre el grandullón García Albiol, al que en Badalona, Cataluña, la tierra donde se afianzó el cordón sanitario contra el PP, logró hacerle alcalde de dicha localidad, lo que es para darle matrícula cum laude (a ser posible que no sea de la URJC).

En cualquier caso, lo que me asombra es la facilidad con la que aceptan los políticos a estos gurús del merchandising, palabro que odio pero que en esta ocasión me viene al pelo para enfatizar, aún más, el horror de esa técnica que supone promocionar algo, maquillando el embalaje, que no el producto, para que sea más vendible en el mercado. Es decir, para modificar la opinión pública y la tendencia política y encumbrar con ello, a veces, a algún que otro outsider, y si no piensen en Trump.

Y en este tramposo juego, no sé quién habrá sido el artífice de la manida batalla sobre los restos del dictador, que es como si volviéramos a resucitar al monstruo del Lago Ness. Estoy deseando que acaben de una vez con esta publicitaria querella, amparada por ese juego perverso de la memoria histórica, otro de los regalos del inolvidable Zapatero. Por mí que exhumen ya el cadáver, haciendo eso sí, fotos del trance, para en otra operación de mercadotecnia venderlas como un souvenir, tal y como se hace en Berlín con los supuestos restos del muro de la vergüenza. Y así muchos podrán sentirse felices poniendo la foto, enmarcada, encima del televisor, en sus casas, como se hacía en la dictadura con la reproducción del Guernica de Picasso. Claro que ahora los televisores son una delgada lámina y el marco probablemente se caerá.

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