Un amigo que compartía piso con compañeros de universidad, cada vez que usaba el baño canturreaba: espera, aún la nave del olvido no ha partido. ... Alertaba así que pretender usar aquel habitáculo tras la deposición podía suponer un peligro para la pituitaria por el perfume oriental que allí se masticaba.
España es, políticamente, un país de grandes cagadas, en el que se disfruta de un hedor continuo por la estulticia con la que tan pronto se encelan con aquello que CJC describía como «el íntimo y delicado placer solitario», incitando a que niños y niñas de cortísima edad practiquen, solos o en comandita, las manolas –desde una manera de entender la educación sexual propia de salidillos–. O se indulta a golpistas sin arrepentimiento que valga. O se mira hacia otro lado ante la hediondez de la encubridora de un abuso sexual a una menor tutelada. O se crucifica a esposos a los que les roban sus hijos, indultando a las desequilibradas del abyecto secuestro. O se arbitran paños calientes para paliar el precio de los combustibles, con regalías generalizadas, que a los pocos días quedan subsumidas en la despendolada escalada de todo lo que huela a petróleo, gas o la electricidad, bajo la ocurrente definición de la 'excepción ibérica' y de la que finalmente solo se beneficia Francia.
O una larga retahíla de actos de tufo nauseabundo –INDRA, INE– que no merece enumerarse, por inabarcables, cooptadas con un descaro que sonroja. Y una prepotencia que no se abandona ni en el momento que se cae del guindo con el resultado de las elecciones andaluzas. No dudando en recurrir a la máxima expresión de bobería, queriendo justificar el varapalo alegando que el Gobierno transfirió inmensos recursos, por la pandemia, a Juanma, y de ahí su triunfo. Entiendo que ello también incluirá los cientos de miles de euros gastados en Las Marismillas, –pura Andalucía–, bajo el epígrafe de ese ampuloso concepto de fondos 'Next Generation' de aplicación incierta. Que presumo habrá incluido la reforma de los baños del palacete, con el fin de mejorar la ventilación para disipar el pestazo de la deflagración –sólida o gaseosa– de tanto intestino, de amigos y allegados, allí congregados en torno a buenas viandas marismeñas, gratis total como dijo en su día Solchaga. Viene al pelo aquello de: café, copa y cigarro, muñeco de barro.
Todo es reflejo inequívoco de un contubernio de ambición por el poder –ajeno a señores conspiradores que fuman puros– en el que la digestión política se ha licuado en una muletilla descrita como progresismo, con gratuidad vomitiva. Tanto como la conchabanza de ese feminismo que viaja en Falcon de visita a Washington-Nueva York, y que para justificar la excursión se ponen el disfraz de abortistas y el señuelo de citas espurias. Pero que se aleja siempre de una de las tres máximas grafiadas en el frontón del Templo de Apolo en Delfos: nada en exceso, que es una sabia recomendación que parece no cala entre estos pirómanos de la democracia y del dinero público.
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