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EDITORIAL
Miércoles, 25 de julio 2018, 10:27
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Las tradiciones, por respetables y antiguas que sean, no pueden convertirse en espacios sacralizados e inalterables en los que se fosilicen costumbres que cuestionan derechos tan elementales -y consagrados por la Constitución- como la igualdad de sexos. Durante los últimos años, 'La Gaita' de Cervera ha sido ocasional fuente de polémica por la reticencia de algunos participantes a permitir que las mujeres bailen a los sones de la dulzaina, un rito reservado por la tradición (pero ni siquiera recogido en ningún estatuto) a los hombres solteros del lugar. Resulta una polémica sin sentido, aun comprendiendo y respetando el entusiasmo que las tradiciones propias despiertan en la población vernácula.
Como advertía el historiador británico Eric Hobsbawn en un libro esencial, La invención de la tradición, las tradiciones no son inmutables, por mucho que a veces lo parezcan: se crean en un momento dado y luego van evolucionando. 'La Gaita' debe ser un espacio de fiesta abierto a todo aquel que quiera bailarla: hombres y mujeres. Sin aspavientos ni peleas; un feliz espacio de alegría compartida.
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