
La nueva gastronomIA
Esta herramienta que parece que se abraza alegremente en foros y congresos como algo que revolucionará el sector no es sino un rastreador del pasado
Fernando Sáenz Duarte
Sábado, 15 de febrero 2025
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Fernando Sáenz Duarte
Sábado, 15 de febrero 2025
«El futuro ya está aquí...» entonaban Radio Futura allá mediados los ochenta del pasado siglo, estribillo que se ha convertido machaconamente en un lema ... que nos vende una supuesta panacea; pasen y vean señores, recién traída del futuro para todos ustedes, ¡La Inteligencia Artificial! ¿En qué momento nos colaron por la puerta de atrás semejante palabro? ¿Realmente en el ámbito de la gastronomía es eficaz o aporta algún valor?
Vaya por delante que quien escribe ni es negacionista de la evolución ni practica la antitecnología, faltaría más. La gastronomía, definida como el arte de preparar buena comida, engloba el conocimiento de sus técnicas y procesos para llevar a cabo tan buen fin, lo que tradicionalmente hemos precisado como oficio. Esta herramienta que se nos ofrece actualmente y que parece que se abraza alegremente en foros y congresos como algo que revolucionará el sector trazando una gruesa línea entre el antes y el después de su irrupción, no es sino un rastreador del pasado que cribado por nuestras ordenes, subjetivando así el resultado, nos ofrecerá una solución final que no aportará ninguna novedad lejos de espurios resúmenes castrados. Para los grandes defensores de este tipo de herramientas, lo que más se valora es la cantidad de tiempo que economizan. Y es aquí donde podemos ver una de las entretelas del sistema: la reducción de tiempo, de tiempo de calidad, de investigación, de lectura pausada, lectura que descubre, lectura que cala y forma a la persona y al profesional, y que es en estos tiempos de lectura consciente cuando surge la creatividad y se entrelazan ideas que exploran nuevas vías que abrirán puertas a caminos que sondeen nuevas formas. Servir todo este trabajo ya masticado nos lleva a lugares de desconcierto en los que se crean discursos vagamente defendibles y que no aportan más que una aliteración surgida de combinatorias infantiles.
Este escenario nos acerca a un horizonte de adocenamiento profesional, en el que, si en la revolución industrial, las máquinas desplazaban al humano en la manufacturación para relegarlo a funciones más administrativas o intelectuales, en esta próxima revolución con estas herramientas, se propone que humano sea relegado de esas funciones, las del pensamiento, bien desapareciendo del entorno laboral o bien relegado a nimias competencias. Así resulta, por un lado, la pérdida de reflexión y valor en los oficios, ergo pobreza intelectual a la vista; y por otro lado, la pérdida física de los trabajos, con el consabido deterioro económico y social.
Sin darnos cuenta, encontramos falsos valores en esas frases anteriormente citadas como «economía del tiempo» cuando realmente son maniobras hacia esa aceleración constante de nuestro ritmo de vida que se impone desde el pérfido estilo contemporáneo hacia el voraz consumo de bienes, estímulos y tiempo, en una especie de ahorro de tiempo de calidad para derrocharlo en tiempo basura. Es realmente en los procesos, en la comprensión de qué es lo que hacemos, cómo tomamos decisiones y el porqué las tomamos, es decir, en el discurrir vital diario donde puede que se encuentre parte del significado de nuestras vidas. Ceder, perder o entregar esa parte de libertad de pensamiento supone claudicar socialmente de nuestra función en la comunidad.
Si realmente pensamos que una herramienta digital va a solucionar las cuestiones que se plantean sobre la marcha cuando cocinamos –como que una carne esté más o menos yerta y sepamos calcular sus tiempos y temperaturas de cocción y que cortes serán los más adecuados, o determinar en tiempo real el modo de fermentación de un vino porque la noche anterior a vendimiar jarreó– es que entonces nos estamos alejando de la gastronomía y acercando a la alimentación industrial, donde lo que menos pinta en el resultado final es la materia prima.
Mientras tanto, vuelven con fuerza, aunque con cuentagotas los «neoartesanos» con sus oficios cargados de conocimiento, adaptación y procesos manuales en los que no se escatima el tiempo. Y un detalle importante: no se les negocia el precio, aportando un pequeño rayo de luz y demostrando que a veces, dar dos pasos atrás es avanzar, mientras nos van regando a granel con «maravillosas» herramientas generativas gratuitas. Todo ello, cómo no, desde la matria del fast food, fast life y ahora fast knowledge, cuyos «ceos», paradójicamente, sueñan con vivir en el campo aislados, criando gallinas que les pongan huevos eco. Bonito corolario aplican, vendiendo vida artificial conseguiré tener vida real. Saquen sus conclusiones.
Anotó Josep Pla hace ocho décadas en la crestomatía 'Lo infinitamente pequeño', respecto a la educación infantil: «Es muy posible que hayan pasado muchos siglos desde el día en que se descubrió que la humanidad, no sabe a donde va». Yo ya tengo claro a donde nos quieren llevar. O si prefieren, ¿se lo preguntamos a la Inteligencia Artificial?
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