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Feminismo de salón elegant

RICARDO ROMANOS

Lunes, 19 de febrero 2018, 00:40

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Pues sí, me parece de madreperla que la señora Montero se considere la portavoza de su grupa parlamentaria. Y también que sus miembras superioras acaben en unas gráciles y expresivas manas y las inferioras en unas delicadas pias. Cosas del 'derecho a decidir': cada cual se ventila la jerigonza que le viene en gana y que le den por saco al diccionario. Lo dejó claro aquella ministra del PSOE: «aquello que no se nombra no existe, precisamente porque no tiene nombra: hay que visibilizar». Profundísima conclusión que hace suya la portavoza podemita refeminizando su voz y su porta. Pero estoy confuso. Porque la antedicha ya tenía una cantarina voz, sí, en femenino y singular: voz, la voz. Aunque la porte con un deje masculino, como a lo Pablo Iglesias y no sé el porqué. Claro que la señora Montero se haría un favor comenzando por feminizar su apellida. Por pura coherencia feminista. Y es que lo de Montero le sienta fatal. Un montero es un señor que ojea la caza de animales grandes: jabalíes, corzos, ciervos, un horror: ¿le vendrá de casta a la galga? Algo habrá, todos tenemos un obispo o un franquista entre los abuelos. Pero me ocurre que cuando la veo en la tele portando vozas me asaltan aquellos versos de Villalón: «Con sus dos perras podencas y su hurona en el cestillo, su cuzca de siete cuartas, su cuerpo y su capotillo, el furtivo ojeador va por la Sierra de Armijo». Y con tales atavíos de macho y castizo depredador se me visibiliza en la mente la señora diputada. Ahora precisamente, cuando Podemos la ha emprendido contra la caza y los cazadores en otro de sus arrebatos para sonsacarles votos y votas a los fraticelli animalísticos y del que hablaremos en la próxima entrega. Yo le recomendaría a la portavoza cambiar de apellida. Pero no por Montera, por favor. Una cosa sencilla, que le cuadre, que la cuadre: Gomeza estaría bien, o Martineza o Pereza mismamente. Porque una montera tampoco le va a quedar muy afinada a una antitaurina radical, digo yo. En fin, queridas y guapas amigas mías, las feministas que lleváis currando, luchando, bregando feminismo desde que nos conocimos allá por los 70, ved cómo está el patio: adornado de huera e inane palabrería, esos postureos engañabobos, esos tiquismiquis supuestamente ideológicos que no van a ninguna parte, que no sirven sino para perder el tiempo mientras el 80 por ciento de las trabajadoras de aquí, de La Rioja (y de esta España toda cada vez más pusilánime, inquisitorial, demagógica, simbólica e insoportable a derecha e izquierda) se deja la vida en el 'sector servicios', ese eufemismo de la explotación: a 3 euros la hora. ¿Qué me decís, hermosuras? Sí, os llamo hermosuras, compañeras del alma, qué pasa, ¿os sentís cosificadas? Pues reconfortaros espiritualmente: ahí tenéis a esas majaderas, feministas de salón, que han denostado miserablemente y en esa mierda infecta en que se han convertido 'las redes sociales', a don Carlos Saura y sus 86 años por decir en la ceremonia de los Goya, cada año más plasta en su artisteo puturrú du fuá, que se encontraba emocionado por estar ante una mujer tan guapa como (¿no lo es?) Penélope Cruz, «invisibilizando (¡otra vez!) y menospreciando así la oscarizada carrera internacional de una mujer-actriz», olé sus huevas. Saura, por Dios: como un abuelo embobado ante su nieta, pero de qué van estas cursis timoratas... Por cierto, que en el mismo y aburridor ritual fue muy aplaudida la actriz y directora Leticia Dolera tras decirle delicadamente a Joaquín Reyes que «la ceremonia está quedando muy bien, un campo de nabos feminista precioso». ¿Consultamos a la Esfinge qué quiso decir? No, la interfecta lo aclaró en su Twiter pidiendo perdón: «Cuando me refería al campo de nabos lo hacía refiriéndome a los hombres cisgénero». O sea, a los que adoramos a las señoras, esos raros seres: a los cultivadores de nabos. Y no se dio cuenta, la pobre, de que así «invisibilizaba (¡y otra!) a las mujeres que tienen pene, porque el lenguaje es poder y está bien pararse a pensar en por qué decimos lo que decimos». Pues sí, conviene, señora Dolera, conviene. Cuando menos para no desprestigiar más al feminismo entre las mujeres de ley, a ese que siempre y tan digna como arrostradamente han representado Lidia Falcón, por citar, y tantas y tantas feministas españolas con dos cojones. Ése que sentimos desde siempre como nuestro.

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