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Fascistas

MARÍA ANTONIA SAN FELIPE

Jueves, 16 de noviembre 2017, 23:37

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Estábamos ciegos hasta que Puigdemont y quienes le apoyan nos han abierto los ojos. Desde su acomodado exilio ha proclamado a toda Europa que el fascismo ha vuelto, que en España el franquismo ha resucitado. No puedo dejar de escuchar estas afirmaciones sin sentir un escalofrío, ya que la acusación no solo se refiere al gobierno de Rajoy, destacado generador de independentistas, sino a todo el que disiente de ellos. Ahora muchos ciudadanos, incluso los que pasaron por las cárceles y combatieron el franquismo para conseguir las libertades democráticas, también son fascistas.

Desconcertados se sienten hoy muchos viejos luchadores por las libertades de este país. Entiendo al antiguo secretario general del PCE Francisco Frutos preocupado por la actitud de quienes se proclaman de izquierda mientras alientan al independentismo que ignora a los no nacionalistas y se proclama «traidor al racismo identitario que estáis creando». A esta preocupación se ha unido Borrel y líderes históricos de Comisiones Obreras como Julián Ariza que ha recordando que costó mucho conquistar la democracia y, por respeto al sufrimiento pasado, «hubiera sido necesario evitar el insulto de compararla con el franquismo». Conmueve la opinión de Justiniano Martínez, un sindicalista, preso político del franquismo, torturado en la cárcel, al que «algunos pijos» llaman «burgués y fascista, mientras asisten a huelgas pagadas por patrones y gobiernos». Justiniano denuncia a estos revolucionarios de coche oficial a los que sería conveniente recordar que para conseguir las instituciones democráticas y restaurar la Generalitat hubo huelgas de semanas, cajas de resistencia para pagar salarios no cobrados mientras «hoy se hacen huchas para los responsables de la corrupción del tres per cent».

Justiniano grita apenado: «No me hablen de libertades quienes solo las han disfrutado». Es doloroso ver cómo se está banalizando la dureza del franquismo y la crudeza de su represión comparándola con la situación actual. Puigdemont asegurando en Bruselas que en España se tortura a políticos independentistas nos está insultando a todos. Su afirmación de que «Cataluña solo ha prosperado cuando se ha gobernado ella misma» no solo niega la historia sino que es la prueba del supremacismo insolidario que promueve, un ultranacionalismo tan sectario como el supuesto autoritarismo que denuncia.

Este discurso de que España no es una democracia que sostiene el independentismo está calando al coincidir con el de esa nueva izquierda que considera que el régimen del 78, así lo denominan, fue en realidad una estafa a los españoles. La Transición no fue de color de rosa, hubo muertos y detenidos, hubo consensos y también renuncias. El éxito fue conseguir la democracia con una constitución homologada, por eso entramos en la Unión Europea. El fracaso vino después cuando, lograda la estabilidad, la enfermedad de la corrupción y la incapacidad para frenar los abusos especulativos del poder deterioraron el sistema. En los años de bonanza a nadie escandalizaron estas cosas hasta que llegó la crisis y nos expoliaron los derechos. A partir de ahí nos instalamos entre la decepción y la indignación. Todavía no hemos salido de nuestro asombro ni erradicado la corrupción. No es justo echar la culpa de lo que somos hoy a esos luchadores del antifranquismo que nos trajeron la democracia. Por el contrario, en su memoria, tenemos la obligación de perfeccionarla.

No creo que sean los nacionalismos quienes nos iluminen el camino. Hace falta mucha generosidad, desterrar el enfrentamiento e instaurar el diálogo. Las personas son la prioridad porque cuando una familia no llega a fin de mes, cuando una anciana no puede pagar la luz, cuando el autónomo cierra, cuando una mujer es maltratada o un trabajador explotado no importa el lugar donde nacieron. Volvamos a lo importante y olvidemos las supuestas revoluciones de autoafirmación identitaria que patrocinan las élites para su bienestar que nunca será el nuestro.

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