Imaginemos un enfermo al que al hacerle la historia clínica le adscribieran con las forzadas etiquetas de progresista o conservador; y tras esto y una ... vez postrado en la mesa de quirófano, cirujanos, anestesistas, instrumentistas y resto de la panoplia sanitaria, discutieran cómo deberían acometer la intervención quirúrgica: ¿con técnica rancia o con destreza progre? En fin, un caos que dejaría a ese elenco de profesionales lejos de su juramento hipocrático, enzarzados en discusiones espurias y olvidados de su misión moral y legal, que no es otra que la de sanar a ese individuo al margen de su quimérico posicionamiento político (tanto como el de los galenos a cargo de tal cometido). Afortunadamente, este esperpento no ha llegado a las mesas de quirófano ni tampoco a la medicina asistencial, si bien no está tan lejos de ello porque bajo la evidente carencia de médicos, y también lo de mal pagados, ambas ciertas, y momentos puntuales de saturación hospitalaria (todo a causa de una torpe gestión política) a la sanidad pública también la están ensuciando con sectarismo y demagogia.
El Tribunal Constitucional no deja de ser el reflejo de esa estafa que entraña el juego del reparto de poderes entre lo asignado con gratuidad empalagosa como carcunda o progresista. Haciéndonos creer que si tienen mayoría unos u otros las sentencias serán evacuadas bajo preceptos cavernícolas o, por el contrario, como luminosas deposiciones. Lo que evidencia un planteamiento viciado ya que lo de menos es obtener resoluciones justas y equilibradas: lo verdaderamente importante es que le den la razón a quién mande en ese tiempo, aunque no la tenga.
Resulta indigerible que miembros de prestigio de la judicatura puedan actuar con un criterio sesgado ante la ley y su cumplimiento. O que ante una norma legal recurrida, su aprobación o derogación se puedan derivar de si uno está en un bando u otro. Abandonando con ello cualquier atisbo de rigor legal y siendo la sentencia, única y exclusivamente, determinada por una inclinación ideológica. Y no por el fundado y experimentado equilibrio interpretativo sobre conceptos legales, ajenos a pasteleos de connivencia con el gobierno de turno, o con la genealogía ideológica de los recurrentes.
Así que comprenderán mi hesitación ante este sucio enjuague de politiqueo –que es un fracaso de la democracia y por ende de la sociedad–, al constatar cómo este trajín perverso de hermenéutica sobre recursos político-jurídicos pueda, o no, dar un resultado acorde con los preceptos legales en vigor y que dependa del albur de las proximidades partidistas de cada miembro del órgano que juzga. Además del rigor y la decencia que se le debe suponer a cualquier profesional que alcanza el puesto de vocal, o presidente, del Tribunal Constitucional, de cuya idoneidad y experiencia deberían ser fieles acreedores en el desempeño de su alta misión. Si ustedes no tienen dudas razonables, pues que el Señor les acoja en su seno. Yo vivo sin vivir en mí.
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